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El Telégrafo
Ramiro Díez

HISTORIAS DE LA VIDA Y DEL AJEDREZ

Muñecas, dioses y ángeles caídos

03 de noviembre de 2016

Poco después de la segunda guerra mundial, un antropólogo francés llegó en su pequeño bote hasta una islita perdida, en Papúa Nueva Guinea, con habitantes que vivían – como hoy --, en la edad de piedra. Pasó una temporada, y con los nativos organizó una pista de aterrizaje para una avioneta que debería recogerlo. Y así se hizo. Un día llegó la avioneta y se llevó al aventurero que se perdió entre las nubes.  Pasaron 15 años, el francés decidió retornar a la isla, y se encontró con algo asombroso: había florecido allí una nueva religión en la que él era el dios y en todas partes había muñecos con su imagen y estatuillas con la forma de la avioneta, a las que también adoraban.

No es el único caso.  Volvió a suceder, no hace mucho, en Indonesia. A inicios de este año hubo un eclipse de sol que, para los nativos, es obra de Dios cuando quiere anunciarnos algo. Y quiso el destino que al día siguiente del eclipse, un pescador mañanero viera algo extraño en la playa. Se acercó y encontró que era una bella mujer, de tamaño natural, con cuerpo esplendorosamente formado, pero de plástico.

El pescador relacionó el hecho con el eclipse del día anterior y dedujo, con toda su lógica de creyente en asuntos misteriosos, que aquello era un ángel caído del cielo.  Olvidó sus faenas de pesca y con su ángel voló a casa de su familia. Allí, con gran alboroto, mezcla de miedo y reverencia, todos coincidieron con el pescador: aquello era un ángel caído, que venía lleno de mensajes. Bastaba mirarle la boca: estaba ligeramente abierta, como si fuera a hablar. En verdad no era un ángel sino una muñeca inflable, un  juguete sexual.

Pero los nativos de estas islas no tienen ni los gustos ni los problemas de los civilizados occidentales, y no entendieron de qué se trataba. Seguía siendo un ángel. La madre del pescador, para proteger al mensajero celeste, lo vistió a la usanza musulmana, lo rellenó de tela, le cubrieron parte del rostro con un velo, y lo sentaron en una silla. Entonces empezó a hacer milagros: Decían que había llorado, que recitaba textos religiosos, que advertía contra el pecado.

Y hubo serios disturbios porque la turba de curiosos y adoradores lo desbordaba todo y querían tocar al ángel. Hasta que llegó un comisario de policía que sí sabía de muñecas inflables y puso orden a la locura. Apoyado por la tropa ingresó a la casa, ya convertida en templo, y decomisó la muñeca que fue llevada a la comisaría donde pasa buenos días y mejores noches.

En el mundo del ajedrez, a diferencia de otros, nadie cree en nada. Se trata de saber y nada más. Aquí el negro mata:

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