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El Telégrafo
Efrén Guerrero

El mundo según el rock and roll: todos somos psicópatas

11 de junio de 2022

Esta lamentable ola de violencia que se vive en tierras ecuatoriales tiene un elemento común: su exposición mediática intensiva. Nuestros medios de comunicación han convertido el espectro electromagnético en una sucesión sin fin de sangre, violencia, y desesperación ciudadana. Las escenas de crimen son más comunes que las ruedas de prensa gubernamentales, y la historia de los diferentes bandos enfrentados se vuelve una perversa telenovela.

Y es un tema para un profundo análisis. Cubrir la crónica roja es uno de los retos más importantes del periodismo. En medio del dolor, el asombro y la desventura el papel de quien tiene la inmensa responsabilidad de informar sobre los demás qué sucedió se vuelve aún más delicado.  Es una delgada línea entre proteger a las víctimas, y evitar que los delincuentes perpetúen la impunidad de sus acciones, así como contar con un acervo a favor del sistema judicial. Eso si es periodismo, y es lo que necesita una sociedad democrática para que Verdad triunfe frente a aquellos que quieren esconderla o destruirla.

Lo malo es el otro fenómeno, que se construye tanto desde los periodistas y los ciudadanos. Una deformación de la información que Mario Reimers llamó “pornomiseria”: la inclinación a exacerbar la violencia y la tragedia de cualquier historia, sin tener en cuenta los contextos que facilitan y aseguran la impunidad. Muchos noticieros la construyen, relatando una ola delictiva de la misma manera que un espectáculo deportivo, o haciendo de su propia subjetividad la materia de la noticia, eliminando los hechos para el lector o el televidente. Eso rompe la narrativa, supone a los ciudadanos como seres estúpidos incapaces de reflexionar y nos vuelve a todos actores de una de esas novelas donde todos en la balacera final terminan muertos.

El otro lado somos los ciudadanos, igualmente responsables. En todas estas escenas del delito que son relatadas alegremente en ciertos medios, está alguien filmando en su celular. Lo grabará y lo mandará a su grupo de WhatsApp, junto a los stickers de reflexión y el comentario  sesudo y oscuro. Nadie ayuda, nadie colabora con las autoridades y al final del día se vuelve viral y repite  en miles de pantallas, inclusive en las pantallas de los agredidos y sus familias.

Somos parte del entramado de violencia y lo alimentamos. Nos hacemos parte de el y pedimos sangre en nuestras pequeñas bancas de superioridad moral de redes sociales. No hacemos nada para ayudar a remediar la situación. No somos mejores que los violentos. Somos igual de corruptos y viles, sólo somos menos reactivos. Todos somos asesinos.

Somos todos una tarea de psicópatas. Eso lo decía David Byrne en 1977 decidió escribir algo en la línea de Alice Cooper. Psycho Killer (que aparece en el disco Talking Heads: 77), pone al oyente en la cabeza de un enemigo de toda la raza humana. Con una línea de bajo que no deja de retumbar, ofrece una visión de quien ha decidido incendiarlo todo: “Parece que no puedo enfrentar los hechos/ Estoy tenso y nervioso y no puedo relajarme. / No puedo dormir porque mi cama está en llamas…” Si buscan la versión en vivo de diciembre de 1980, encontrarán la forma definitiva de la canción, con ese solo de Jerry Harrison, venenoso y cortante, perfecto para ilustrar las emociones de quien ha perdido todo intento de cercanía con la raza humana.

Lo peor es que eso ilustra bien nuestra relación con la violencia cotidiana. En vez de aislarla y repudiarla, lo volvemos nuestra pequeña dinámica de destrucción de humanidad cotidiana. Es imprescindible que los medios de comunicación no dejen de transmitir estas noticias y presione al Poder para que haya cambios, pero debe ser pertinente y equilibrada, sin perder la relación de la audiencia con la realidad, y lo más importante, con las víctimas. Profundizar la violencia en donde no debería estar, es hacernos a todos cómplices. Pensemos en ello.

Cuídense mucho, nos vemos en  quince días.

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