En 2012 se produjo en España la movilización de los Indignados y tiempo después, en 2018, el mundo estaba siguiendo los acontecimientos de los Chalecos Amarillos, una activa y fuerte protesta que se desplegó en París. Desde entonces, una cadena de conflictos atraviesa casi todo el orbe liberal. Las guerras convencionales en el Medio Oriente llaman menos la atención, que la medición de fuerza, casi cuerpo a cuerpo, librada en las calles de emblemáticas urbes, incluyendo Hong Kong, un centro económico especial de China, igualmente agitado.
Las causas de las protestas ciudadanas son disímiles: contra el alza de pasajes, caso Chile; contra la eliminación de subsidios, caso Ecuador; contra políticas que fomentan la emisión de gases invernadero; por la despenalización del aborto; a favor del matrimonio igualitario; o la Independencia de Cataluña. Imágenes parecidas se han capturado lo mismo en París, Barcelona, Quito, Hong Kong y Chile, donde tienen lugar grandes incendios.
Al parecer, no encontraremos respuestas certeras si creemos que se trata solo de conflictos nacionales, desconociendo que formamos parte de una realidad globalizada e interdependiente. Aunque es difícil saber qué elementos conectan a estos conflictos, algunas características comunes pudieran dar pistas: La primera de ellas es que el desate de fuerzas se realiza específicamente en centros urbanos, donde se concentra el poder político y financiero. Otra de las características comunes y relevantes es que, aquí o allá, todas las demandas van dirigidas contra el Estado. Esto indicaría que no solo la pobreza generalizada conforma el problema, sino que el Estado moderno de origen occidental está entrando en una fase de crisis aguda, que lo revela como un Estado penalizador y coercitivo, justamente por la pérdida de poder y por su incapacidad de desarrollar lo que le es contradictorio: la democracia.
Ensayo al decir que: sin utopías, sin democracia, sin empleo y atrapados en medio de una especulación inmobiliaria mundial, miles de jóvenes están iniciando no solo un ciclo de protestas, sino un ciclo de medición de fuerzas contra el Estado penalizador y liberal, lo que pone en cuestión, por debajo de la mesa, el problema de la forma de organización política internacional, para gestionar lo que de una u otra manera se producirá: la gran transformación del sistema mundo. (O)