Las mujeres indígenas vinieron a Quito acompañando a los hombres de sus comunidades, caminaron con ellos, trajeron a los guaguas, siguiendo el mandato del líder, porque las suyas, son organizaciones totalmente verticales y, además, patriarcales y machistas.
Entre estas mujeres indígenas está Blanca, que vive en una comunidad cerca de Cayambe y que, a pesar de tener apenas 28 años, ya es abuela.
Su hija de 13 años, Milena, no vino con ella porque hace pocos meses fue madre y quedó al cuidado de la niña que parió.
Según versiones de Milena, que ya reposan en Fiscalía, fue violada por un profesor de la escuelita a la que asistía. Milena ya no puede volver a la escuela, no por el profesor que ya está prófugo y al que le tiene miedo, sino porque ahora es prioritario que cumpla con las funciones de madre, funciones que ella no eligió y que han cambiado su vida irremediablemente.
Historias como la de Blanca, como la de Milena, lastimosamente, son muy frecuentes entre las comunidades indígenas ecuatorianas.
En esta realidad, mucho tiene que ver el componente cultural y, por ejemplo, las mujeres indígenas tienen una tasa de analfabetismo del doble frente a los hombres indígenas, porque, en su medio, es prioritario que las mujeres se dediquen a las tareas del hogar y al cuidado de niños y ancianos. Es necesario visibilizar cómo viven las mujeres, niñas y adolescentes indígenas en sus comunidades.
Y a pesar de la convulsión que algunos grupos intentan establecer en el país y, especialmente, en Quito, no podemos olvidar que el 11 de octubre pasado se conmemoró a nivel mundial el Día de la Niña.
Las niñas ecuatorianas viven en un país en el que no son escuchadas; si sus voces se tomaran en cuenta, ¿estarían de acuerdo en parir hijos producto de violaciones e incestos?, ¿estarían de acuerdo en abandonar sus estudios por dedicarse a labores domésticas?
En definitiva, ¿estarían de acuerdo en vivir destinos que no eligieron? (O)