Se cierra el año 2019 con una sensación extraña en el ambiente. He tenido la oportunidad de escribir algunos años una suerte de balances de cierre, quizás porque cuando una es más joven, ingenuamente, piensa que tal cosa fuera posible.
A medida que maduras te das cuenta de la complejidad de semejante tarea y menos en 400 caracteres. De cualquier forma, hoy el país no es el mismo de antes, no lo es y percibo que eso tiene que ver con lo ocurrido en octubre.
No obstante, si cabe algo de optimismo en medio del pesimismo que nos anuncian las encuestas, diré que hay un horizonte abierto luego de octubre, y que ninguna determinación política está dada. Esa es una oportunidad que la sociedad ecuatoriana podría aprovechar en favor de sentar las bases de mayor democracia, equidad y justicia.
Quisiera destacar dos acontecimientos que, en mi perspectiva, renuevan esperanzas. Por un lado, una reconstitución de los movimientos sociales y particularmente del feminismo que muestra, a pesar de toda la arremetida en su contra, una renovación a través de nuevas generaciones y un despliegue de nuevos repertorios y aliados.
Esta es una tendencia a nivel mundial. Por otro lado, la literatura ecuatoriana se revitaliza con nuevas voces que tienen reconocimiento internacional, particularmente la literatura escrita por mujeres. Estas dos tendencias muestran que el país se construye, por todos lados, con la inclusión de las mujeres, y que eso debe ser reconocido, ampliado y fortalecido.
Todo análisis pasa invariablemente por nosotros mismos, por nuestras experiencias. En ese sentido, mis reflexiones están plagadas de mis propias vivencias que, en este año, realmente fueron valiosas para mi crecimiento profesional y personal.
Más allá de lo personal debemos ser capaces de interpretar una suerte de descomposición social en el ambiente, la cual podría ser contrarrestada con una acción social concertada y franca, en la cual necesariamente debemos estar las mujeres de este país. (O)