El 8 de marzo pasado se conmemoró el Día Internacional de la Mujer, momento propicio para transparentar las graves manifestaciones de discriminación de género, como la violencia sobre la mujer, inserción laboral, desigualdad salarial, etc., que de alguna manera se banalizan y soslayan por la sociedad actual, pero que son muestra innegable de la pavorosa desigualdad a la que la mujer se encuentra sometida.
Es verdad que muchos países de América Latina han realizado esfuerzos para disminuir las brechas estructurales de esta desigualdad; sin embargo, la crisis de la pandemia del COVID provocó un retroceso histórico en la autonomía económica de la mujer en toda la región y, por supuesto, en Ecuador.
Los resultados nos muestran una sobrecarga de tareas domésticas y de cuidados no remunerados que han sido asumidos en su mayoría por las mujeres. Aquello que la CEPAL denomina la economía del cuidado, como el acompañamiento a la educación de niños, la atención de salud de personas enfermas -dado que los sistemas de salud privilegiaron los recursos para la atención del COVID-19- trasladando muchos de los cuidados de salud (incluidas enfermedades graves) al ámbito de los hogares. Así también, la limpieza y el cuidado de niñas, niños y personas dependientes dado el cierre de establecimientos que brindaban estos servicios. Actividades que para las mujeres se incrementaron en un 8,4% respecto de los hombres y en tareas de enseñanza y capacitación a niñas y niños el aumento fue del 12.3% (Encuesta regional ONU-Mujeres 2021).
En Ecuador las cifras disponibles nos muestran que en promedio durante la última década prepandemia el Trabajo No Remunerado (TNR) lo realiza la población femenina con una participación del 77%. Este inmenso esfuerzo al momento de valorar el TNR se establece que representa el 20% del PIB del cual el 15% es aporte de la mujer y 5% del hombre. A ello se debe sumar que las mujeres fueron la primera línea de respuesta de la pandemia, aspecto que muy poco se analiza y resalta al momento de hacer un balance de su impacto.
En reconocimiento a la infatigable labor de la mujer en la sociedad se requiere diseñar políticas integrales que contengan un enfoque de crecimiento igualitario acompañado de una profunda transformación de las relaciones de género. Con este enfoque, debemos establecer nuevos pactos sociales, políticos, económicos y fiscales, que permitan aumentar la participación laboral de las mujeres en sectores innovadores que incluyan la digitalización del empleo y dinamicen la economía doméstica y empresarial que permitan garantizar avances en la igualdad de género como elemento central para una recuperación sostenible, que por cierto es el otro elemento complementario para un desarrollo equilibrado.