Impresionante. Impactante. No es cine, no es una simulación. Es real. Es la muerte del general iraní y jefe de los servicios terroristas islámicos Qasam Soleimani. Del aire vino el misil y lo liquidó en el acto, tanto a él como a sus acompañantes. Incluso algunos trataron de huir del fuego acusador, pero fueron implacablemente muertos también. La escena es de locos. Un ataque de segundos y la operación culmina con la muerte de quien era la amenaza terrorista principal para Estados Unidos y sus aliados.
Mientras escribo, las ideas no se van del video que se reproduce por miles viendo la muerte que llegó del aire. La declaración de guerra que vino del aire. El terror que se ha desatado en el mundo occidental por la reacción de los iraníes y sus múltiples ejércitos de terroristas financiados por Irán regados por el Medio Oriente.
La fuerza de la violencia. La fuerza del poder. La fuerza del aire. Quien domina el aire tiene control del mundo. Quien domina la tecnología es quien impone las reglas. El dron que vino del aire y con cargas bélicas diminutas acabó con el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas iraníes y sus secuaces. Lo tenían controlado y todo Irán no lo sabía. Nadie lo sabe. No hay cómo saberlo.
Vivimos con nuestros teléfonos móviles interceptados, espiados nuestros WhapsApp, escuchan y graban nuestras llamadas telefónicas. Instalan un dron casi invencible cerca de casa y registran todos nuestros movimientos, nuestras conversaciones más personales, íntimas. Todo lo graban, lo registran, lo guardan. Cada uno de nosotros nos hemos convertido en carpetas digitales donde están todas nuestras fotos, videos, todo lo privado.
Respiramos nuestro aire de cada día y en cada inhalación y exhalación somos espiados despiadadamente por quien sea. Gobiernos, servicios de inteligencia, mafias políticas, competidores, esposos a esposas, esposas a esposos y así casi indefinidamente. El amor está en el aire, dice una canción. Ahora la guerra está en el aire. La muerte de Soleimani nos muestra que nadie está a salvo en esta amenaza a nuestra libertad y, por ironía, ni los mismos creadores de tan sofisticada tecnología. (O)