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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Muerte en Pepa de Huso

30 de abril de 2020

Toda la atención del mundo se concentra en las grandes ciudades, aún más en tiempos de pandemia. Se contrapone a esta noción triunfante de lo urbano, el concepto de áreas rurales pobladas de manera dispersa por campesinos dedicados a la agricultura. Sin embargo, muchos pueblos diminutos son resultado de un legado milenario y guardan claves importantes sobre el desarrollo de la humanidad. Este es quizás, el caso de Pepa de Huso, con su dual La Sequita, localizadas en el pie de monte del cerro Hojas, cantón Montecristi, provincia de Manabí, Ecuador.

A Pepa de Huso y La Sequita las llevo clavadas en el alma. En el año 2003 me interné en ellas para observar el patrón de asentamiento con el propósito de establecer comparación con datos etnohistóricos sobre los pueblos originarios de la costa de Manabí, que constituyeron el motor de la “economía mundo” del Pacífico, basada en la agricultura extensiva del maíz, la navegación a larga distancia y el sistema de circulación de bienes sagrados y de prestigio, tales como la concha spondylus y las esmeraldas.

En aquel año de 2003, no solo pude validar el patrón de asentamiento dual y escalonado de Pepa de Huso y la Sequita, sino también el predominio del fenotipo manteño y una estructura étnica basada en el parentesco. Siguiendo la historia social, años después constaté que desde el siglo XVIII, estas comunidades étnicas fueron sometidas, para incrementar la producción de sombreros de paja toquilla, para la exportación.

Pepa de Huso y La Sequita están siendo golpeadas duramente por la pandemia, con indicadores de defunciones mucho mayores que los de otras poblaciones. Las causas del drama son obvias y siempre estuvieron a simple vista: la mayor parte de los habitantes de estas comunidades históricas han sufrido de desnutrición y respirado durante décadas el polvo de las canteras que extraen piedra de los cerros Hojas y Jaboncillo, afectando sus pulmones.

Rindo mi homenaje a Pepa de Huso, La Sequita y Picoazá, pueblos ancestrales, cuya cultura originaria desarrolló conocimiento, tecnología, estructura política y saberes dignos de compararse con cualquier civilización del mundo. Es un contrasentido el hecho de que estos pueblos vivan el drama del olvido y la muerte, mientras en los principales museos del mundo se exhibe su símbolo emblemático: la silla Manteña, todo un diccionario cosmogónico por descubrir. (O)

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