En 2009, por primera vez, escribí en Diario El Telégrafo. Siempre he estado convencido en la necesidad de contar con medios de comunicación de carácter público que permitan expresar la diversidad de voces y opiniones que existen en nuestra sociedad. No duré mucho tiempo porque el poder estatal no suele entender la diferencia entre lo público y lo gubernamental.
Una década después, por invitación de la entonces Directora Editorial, Carla Maldonado retomé el espacio entre las columnas de opinión del Diario para ser, casi siempre, un analista crítico de los grandes problemas del país y las respuestas o la falta de ellas por parte de los gobiernos de turno.
¡Gracias a los directivos y trabajadores del Diario que nunca censuraron o mutilaron ninguno de mis editoriales!
Hace pocos días asumí un nuevo proyecto de vida: pasar de la crítica a la acción. Me inspira el sueño de renovar e innovar en la política tan importante pero, a la vez, tan estigmatizada para nuestros pueblos.
También, me inspira el pasado, las mujeres y los hombres que nos antecedieron así como sus obras. Hace aproximadamente medio siglo, un liberal, con el apoyo del socialismo, lideró la ciudad. Carlos Andrade Marín, no solo es el ilustre galeno cuyo nombre lleva el hospital más prestigioso del país, sino es el burgomaestre que sentó las bases del Quito de la modernidad. El Estadio Olímpico Atahualpa, el Banco Central, el Palacio Legislativo o el ex aeropuerto son algunas de sus obras que perduran hasta nuestro tiempo. Hoy, con ese mismo espíritu, soñamos con aportar en la construcción del Quito del futuro.
Nuestra ciudad tiene grandes y graves problemas pero, fundamentalmente, tiene miedo que nos ha inmovilizado. Queremos emprender y trabajar. Queremos salud y vida. Sobre todo, la juventud queremos estudiar que es la única inversión para el desarrollo personal y social. Por tanto, todos, sin ninguna distinción, tenemos que trabajar incansablemente por un Quito sin miedo.
Una construcción colectiva de estas características no puede obviar el ambiente. No hay futuro común sin armonía con la naturaleza. Los gobiernos, en sus distintos niveles, tienen que apostar por la economía circular basada en reducir, reciclar y reutilizar la basura; por empatía y salubridad, no podemos tener animales abandonados en las calles; y, tiene que estar prohibida la explotación minera más aun en zonas de megadiversidad biológica.
Por razones éticas y con la esperanza que en el próximo proceso electoral prime la igualdad de condiciones entre las organizaciones políticas y sus candidatos; por el momento, dejaré de escribir en las columnas de opinión de Diario El Telégrafo no sin antes agradecer a nuestros queridos lectores que nos han apoyado y nos han criticado.