El 2016 es un año de elecciones, para las cuales se ha establecido el cronograma. Las circunstancias en las que se escogerá a las nuevas autoridades no son halagüeñas y las razones para ello son fundamentalmente económicas. Sus causas son conocidas: la caída a nivel mundial de los precios del petróleo y de la mayoría de nuestros productos exportables, debido a factores como la apreciación del dólar, la ralentización en el crecimiento económico de China y Rusia, provocando una caída del PIB de grandes proporciones, que no llegan a ser catastróficas por los esfuerzos del régimen, empeñado en evitar que el precio lo pague el pueblo.
La iliquidez fiscal afecta a gobiernos seccionales y proveedores e incluso a quienes perciben pensiones del Estado, pero el mayor efecto de la contracción económica se da a nivel del empleo. Desde el Gobierno se toman medidas para mantenerlo, pero, indudablemente, las medidas a tomarse van a afectar los ingresos de los trabajadores que, ante la alternativa de la desocupación, deberán optar por la reducción de su jornada de trabajo y su salario.
En ese contexto, el tema económico será fundamental en la campaña electoral. La derecha, que ya gobernó el país bajo distintas banderas, culpa(rá) al Gobierno por los problemas y ofrecerá demagógicas salidas, basadas en el retorno a las recetas neoliberales: disminución del gasto público -en el que engloban lo correspondiente a educación, salud, vivienda popular-; tratados de libre comercio y la reinserción en organismos como el FMI, sin mencionar el costo en futuros ajustes que ello implica. El ejemplo es el trato a Grecia.
Un pueblo agobiado por los problemas del empleo y caída de sus ingresos puede prestar oídos amables a esos cantos de sirena. Hay también que mirar los errores cometidos, entre ellos el que señala Emir Sader: “la inferioridad de la izquierda en la lucha de las ideas, al llegar al poder”. Frente al posicionamiento de los medios de comunicación pertenecientes a los grandes grupos económicos en cada país como actores principales de la oposición, el alcance de la respuesta ha sido limitado o inadecuado. La amplia realización de los programas gubernamentales, no ha estado acompañada de un accionar consecuente de quienes los ejecutan; ha faltado capacitación política y, en muchos casos, la burocracia ha sido indiferente e incluso opositora al gobierno al que sirve.
Los resultados de los procesos eleccionarios en Argentina, Venezuela y Bolivia no han sido satisfactorios y no basta para explicarlos -aunque su rol ha sido preponderante-, las campañas mediáticas desatadas en esos países. Es cierto que casi la mitad de la población se ha mantenido fiel a los gobiernos que han incorporado al desarrollo a masas inmensas de los sectores más vulnerables, pero, en buena parte del resto, han sido justamente sectores que han vivido la mejora de su ‘estatus’ los que se han sumado a la oposición, liderada en los tres países por la oligarquía.
Hay que analizar esos casos y curarse en salud. Reagrupar a la militancia sería un buen comienzo. (O)