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El Telégrafo
Melania Mora Witt

Motivos de reflexión

27 de febrero de 2016

El 2016 es un año de elecciones, para  las cuales se ha establecido el cronograma. Las circunstancias en las que se escogerá a las nuevas autoridades no son halagüeñas y las razones para ello son fundamentalmente económicas. Sus causas son conocidas: la caída a nivel mundial de los precios del petróleo y de la mayoría de nuestros productos exportables, debido a factores como la apreciación del dólar, la ralentización en el crecimiento económico de China y Rusia, provocando una caída del PIB de grandes proporciones, que no llegan a ser catastróficas por los esfuerzos del régimen, empeñado en evitar que el precio lo pague el pueblo.

La iliquidez fiscal afecta a gobiernos seccionales y  proveedores e incluso a quienes perciben pensiones del Estado, pero el mayor efecto de la contracción económica se da a nivel del empleo. Desde el Gobierno se toman medidas para mantenerlo, pero, indudablemente, las medidas a tomarse van a afectar los ingresos de los trabajadores que, ante la alternativa de la desocupación, deberán optar por la reducción de su jornada de trabajo y su salario.

En ese contexto, el tema económico será fundamental en la campaña electoral. La derecha, que ya gobernó el país bajo distintas banderas, culpa(rá) al Gobierno por los problemas y ofrecerá demagógicas salidas, basadas en el retorno a las recetas neoliberales: disminución del gasto público -en el que engloban lo correspondiente a educación, salud, vivienda popular-; tratados de libre comercio y la reinserción en organismos como el FMI, sin mencionar el costo en futuros ajustes que ello implica. El ejemplo es el trato a Grecia.

Un pueblo agobiado por los problemas del empleo y caída de sus ingresos puede prestar oídos amables a esos cantos de sirena. Hay también que mirar los errores  cometidos, entre ellos el que señala Emir Sader: “la inferioridad de la izquierda en la lucha de las ideas, al llegar al poder”.   Frente al posicionamiento de los medios de comunicación pertenecientes a los grandes grupos económicos en cada país como actores principales de la oposición, el alcance de la respuesta ha sido limitado o inadecuado. La amplia realización de los programas gubernamentales, no ha estado acompañada de un accionar consecuente de quienes los  ejecutan; ha faltado capacitación política y, en muchos casos, la burocracia ha sido indiferente e incluso opositora al gobierno al que sirve.

Los resultados de los procesos eleccionarios en Argentina, Venezuela y Bolivia no han sido satisfactorios y no basta para explicarlos -aunque su rol ha sido preponderante-, las campañas mediáticas desatadas en esos países.  Es cierto que casi la mitad de la población se ha mantenido fiel a los gobiernos que han incorporado al desarrollo a masas inmensas de los sectores más vulnerables, pero, en buena parte del  resto, han sido justamente sectores que han vivido la mejora de su ‘estatus’ los que se han sumado a la oposición, liderada en los tres  países por la oligarquía.
Hay que analizar esos casos y curarse en salud. Reagrupar a la militancia sería un buen comienzo. (O)

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