Necesarios para recordar momentos de gloria o de dolor, los monumentos sirven para la educación cívica de los habitantes de un pueblo y son importantes y obligatorios en las urbes en proceso de construcción de ciudadanía.
Los protagonistas de la bella leyenda de Guayas y Quil tenían una pequeña estatua en el malecón, frente al río y cerca al cerro Santa Ana, cuna de su amor y de la ciudad.
La leyenda cuenta que luego de la inmolación de los príncipes huancavilcas Guayas y Quil, al susurro de la consigna Guayas-Quil nuestros indígenas quemaron la ciudad para que los extranjeros no hoyen la patria.
Vino un cabildo que no cree en las leyendas y se asusta del ancestro indígena y sacó de allí a nuestros príncipes huancavilcas, los alejó totalmente de la visita ciudadana y de la curiosidad de los paseantes: los elevó de tal manera en un círculo de tráfico que nadie los puede ver desde los carros que entran raudos a la ciudad.
La Alfarada: Alfaro, con la espada en alto, conduciendo al pueblo en lucha por libertad, monumento genial plasmado por nuestro escultor Palacio.
Un cabildo lo colocó en lugar privilegiado de la ciudad: Av. de las Américas, la más ancha y bella de entonces.
Ese redondel era sitio obligado para las romerías de soñadores y jóvenes que vislumbraban una nueva patria y hacían promesa de seguir tras las huellas del “Viejo Luchador”, en la construcción de una nueva y más justa sociedad.
Sin consultar, lo sacaron a Alfaro y lo fueron a encerrar en un círculo de tráfico donde ya no podemos acudir cada 5 de junio a renovar votos de continuar la truncada revolución después de la “Hoguera Bárbara”, so pena de sufrir un grave atropello de tránsito.
Meses de polémica aguda hubo en la ciudad: fuertes e intransigentes enfrentamientos entre quienes querían erigir una estatua a García Moreno y sus apasionados detractores.
La estatua pasó mucho tiempo encajonada. Un cabildo autorizó que la colocaran, frente a la Iglesia de la Victoria en el parque del mismo nombre, esgrimiendo que fue un defensor del clericalismo a tal punto que constitucionalizó la condición de ser católico para ejercer ciudadanía.
Lo propio pasó cuando los velasquistas querían un monumento al Dr. José María Velasco Ibarra. La ciudad se dividió en dos. Ya se erige elegante la estatua en la avenida de entrada a Bellavista.
Por eso, la actual polémica sobre dónde debe colocarse la estatua que recordará el paso por la historia del Ing. León Febres-Cordero no llama la atención. Se terminará colocándola en alguna parte, si no es en el malecón, será en la amplia y linda plaza frente al edificio de la Municipalidad, o en el Malecón del Salado, bello paseo de nuestra ciudad.
Lo importante es que los ciudadanos mantengamos viva en nuestra corazón la historia, actuemos en consecuencia e inculquemos en nuestros descendientes el profundo amor de patria que, como dijo Olmedo, “comprende cuanto el hombre debe amar, su Dios, sus leyes, su hogar y el honor”.