Días atrás visualicé el fascículo publicado por Diario El País, de España, del pasado 24 de diciembre, titulado: “Nos habría gustado contar un 2020 diferente”: básicamente se trataba de una caricatura: tres personas compartiendo un juego de comedor, con alimentos ya servidos; una de ellas estaba presente virtualmente, y las dos restantes sentadas una en frente de la otra, conservando la distancia debida, y la una enviaba un beso estampado en un avión de papel a la otra. La frase de cierre fue: ojalá podamos hacerlo en el 2021.
Reflexionando en lo que todos hemos vivido este año, cargado de lamentos y dolor, y aunque estoy de acuerdo con la ilustración anteriormente comentada, debo decir que la misma es insuficiente para representar a la sociedad de hoy. De hecho, creo que gran parte de la sociedad sigue actuando igual o tal vez de peor manera que antes del virus declarado como pandemia: todo sigue siendo comercializado (por ejemplo, Jesús en la conmemoración de su nacimiento: la Navidad), el clima sigue siendo de altos niveles de arrogancia (al punto de subestimar a Dios al tratar de socializar la idea de que con “don dinero” bastaría para asegurar la vida), de egoísmo y de insensibilidad (optando por cerrarnos a los demás, negando el extender la mano a quienes están imposibilitados por sus circunstancias de devolvernos el gesto, y ni hablar de brindarnos a ellos; aunque sí siendo empáticos con quienes nos unen intereses en algo comunes). Bastaría ver (quienes lo hemos experimentado): enviamos un mensaje, y quien está en el otro extremo desprecia nuestro tiempo, siendo descortés al no contestar.
Pero también creo que es el momento propicio en cuanto a no esperar al 2021 para poder, desde el aquí y el ahora, cambiar a la sociedad con nuestra propia actitud: empezando a ablandar nuestro corazón al ser sensibles ante la necesidad ajena, solicitar auxilio divino para comprender las dificultades actuales (desempleo, pérdidas humanas…) y, desde ese estado, saltar del peligro a la oportunidad (significado de la palabra crisis en el lenguaje chino); oportunidad para ser agradecidos, para despojarnos de resentimientos -del pasado- y de obstinaciones -por el futuro-, para, dejando las quejas y las preocupaciones, y viviendo el día de hoy que sí tenemos, darnos de verdad y hacer la obra a quien nos la solicita, la que dejó Jesús: la obra del amor.