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El Telégrafo

Momento de agudeza mental y moral de la humanidad

25 de agosto de 2013

Hace 85 años, el 27 de agosto de 1928, se firmó en París el “Tratado general de renuncia a la guerra como instrumento de política nacional”, conocido como Pacto Kellogg-Briand por quienes lo firmaron, Frank B. Kellogg, secretario de Estado de EE.UU., y Aristide Briand, ministro de Relaciones de Francia. También el presidente del Reich alemán, el emperador de Japón, reyes de Inglaterra, Irlanda, Italia y varios presidentes lo firmaron “profundamente conscientes de su solemne deber de promover al bienestar de la humanidad”. Aunque violado, no ha sido derogado y sigue vigente.

Sin embargo fue un acto efímero de toma de conciencia colectiva, porque faltó reflexionar sobre las causas de la guerra, instrumento de políticas imperialistas, de militarismo transnacional, regulador de los ciclos de reproducción dentro del sistema capitalista, liderado por el complejo militar-empresarial en busca de hegemonía y conquistas.

El hombre, en su proceso evolutivo, aún no logra usar la cabeza a plenitud para convencerse de que “todos los cambios de sus relaciones deben buscarse únicamente por medios pacíficos”, como lo postula el mismo tratado, donde se añade que “toda potencia signataria que busque después el fomento de sus intereses nacionales lanzándose a la guerra, se le nieguen los beneficios de este tratado”. Pero para ello se requieren transformaciones estructurales, no simple buena voluntad.

Por desgracia, el hombre sigue en las cavernas, aferrado al garrote que ha sofisticado hasta el extremo con las bombas nucleares y los drones que están adquiriendo los ejércitos. Además, los complejos militares-industriales han introducido nuevas modalidades con ataques e invasiones sin declaración de guerra y guerras “preventivas”.

Ecuador se adhirió al tratado en 1932 con la reserva “indispensable para naciones que, como la nuestra, tienen aún pendientes cuestiones trascendentales que ventilar en los campos de la política internacional”. Y dejando en claro que “la paz no es atributo exclusivo de la buena voluntad común de los Estados, por mucho que esta se manifieste, en un momento dado”.

En la revista El Ejército Nacional de 1932, un artículo explica que “es un acuerdo de buena voluntad impotente para destruir las guerras, pero que tiene, con todo, señaladas ventajas para naciones como la nuestra, que jamás emprenderá en guerras de conquista ni de expansión territorial y que si un día va a la lucha lo hará en defensa de sus sagrados intereses”. Así ha sido, y el Ejército Nacional supo mantener su dignidad, cuando colegas de Sudamérica la prostituyeron con crímenes de lesa humanidad.

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