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El Telégrafo

Momento bisagra

19 de abril de 2011

Seguramente lo despreciaba, solo que lo necesitaba. Así, bajo esta utilitaria fórmula, se puede explicar tanto viraje. No de uno, son algunos, no tantos tampoco.

Ahora leo lo que dicen, lo que declaran, my solícitos, ante los medios “independientes”. Que Rafael Correa ha incitado al cometimiento de un delito, el 30 de septiembre de 2010, desde una ventana del Regimiento Quito, y eso está penado por la ley. Tan cerca ha quedado, en sus posturas, con el paso del tiempo, Fernando Vega de Emilio Palacio que cuesta creer lo que la máquina imprime. Sed de poder también podría explicar el desaguisado.

Así que el poder (cuestión del que las iglesias también pueden dar lecciones, en sus versiones más sórdidas) marca a la naturaleza humana.

Ahora asistimos a una lucha desesperada de quienes, sabedores de sus limitaciones populares, buscan crear el peor escenario a este proyecto de poder. Deben repetir hasta el cansancio, a ver si fijan esa idea en nuestras cabezas, que estamos ante un intento fascista. Muchos de ellos se embarcaron en esta revolución ciudadana, pacífica, pero trastocadora de cierto orden establecido, casi sin saber por qué. Cuando algunos cambios empiezan a sentirse, un arrepentimiento los invade. “No era eso, queríamos solo un  paseo”, parecen decir.

Ellos saben que no hay poder que primero tenga que librar una batalla mediática. La libertad de la que tanto hablan, desde sus páginas y gremios, tiene que ver solo con un conjunto de intereses. El más preciado: la defensa del establecimiento que garantice el retorno al que están acostumbrados. Develarlos en sus verdaderos afanes, sin tanta parafernalia, molesta mucho, amenaza. Toda amenaza trae una reacción: vivimos el momento de la desesperación, cualquier recurso será bueno, incluso darle tribuna a los “comunistas” que deberán acabar con este sueño que muy al principio ellos también nos propusieron.

En el recorrido se producen accidentes, diferencias, algunas pueden ser pequeñas, otras enormes. Parecía que solo era una cuestión de formas, como esas de la procedencia (de la Costa o de la Sierra), los dichos, las comidas. A las formas se han ido añadiendo las profundidades: cambiar un poquito, mejorar el paisaje o forjar un momento histórico bisagra: dejar atrás relaciones patriarcales de dominación y dar paso a otras más de igualdad. Ese es el valor de este momento que, por añadidura, pone las cosas en su lugar, incluso a las personas.

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