A propósito del Encuentro por la Tierra y la Paz en Colombia, al que me referí el pasado domingo, que concluyó que la ruta es el diálogo, me viene a la memoria la respuesta que me dio un guerrillero en las montañas de El Salvador, cuando en 1990 asistía a las conversaciones de paz como consultor de la ONU.
El entrevistado era el comandante Gustavo, encargado de la región nororiental del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMNL, en el departamento de Morazán. Estábamos en Perkín, una aldea cercana a la frontera con Honduras, sede del comando general de la guerrilla. En ese entonces los guerrilleros estaban reparando 15 km de carretera hacia la frontera. Habían mantenido durante once años en exilio al alcalde del lugar, y habían establecido el poder popular que denominaban Padecom, o patronato para el desarrollo de las comunidades de Morazán.
El comandante no dejó de fumar durante la reunión, pero no parecía nervioso. Con convicción explicó el modelo alternativo de desarrollo basado en la fórmula “gobernar desde abajo y dirigir desde arriba”, que habían establecido como método de democracia participativa en la que las decisiones las toma la población que asume su destino, y la autoridad local coordina desde arriba en bien de todos.
A las preguntas sobre la posición del Frente llegado el tiempo de la reconciliación y reconstrucción del país, fue respondiendo sin rodeos. Habían comprendido que la población comenzó a repudiarlos cuando acudieron a actos terroristas, lo que afectaba directamente al pueblo y aumentaba las deserciones
de los guerrilleros. Por eso dejaron la vía armada.
Pero se enfrentaban a dos grandes problemas: el núcleo familiar descompuesto con altos índices de niños huérfanos, viudos y ancianos, y con una economía de subsistencia devastada, sin crédito, abonos ni asistencia técnica. Era admirable su voluntad de mirar hacia adelante y contribuir a la reconstrucción del país. Uno de sus proyectos era nivelar a sus maestros, validar sus métodos educativos y dar instrucción a los ex combatientes para la inserción a la lucha política. La Comisión de la verdad se encargaría de dilucidar los crímenes de guerra de parte y parte que no podían quedar impunes.
Yo soñaba con que la guerrilla en Colombia depusiera igualmente las armas y se comprometiera a la construcción de un nuevo país. En vano, entonces, como ahora, cuando suenan renovados tambores de guerra, que tratan de acallar el sonido persistente de los tambores de paz