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El Telégrafo
 Pablo Salgado, escritor y periodista

Miseria en Navidad

25 de diciembre de 2015

La Navidad sabemos, ya no es -¿alguna vez lo fue?- tiempo de reflexión, hermandad, felicidad y armonía. Es tiempo de presumir, de ostentar y de consumir; cuanto más obscenamente, mejor. Las ciudades se llenan de luces y vitrinas que enceguecen. El regalo reemplaza a un simple abrazo, una caricia o una mirada tierna. Es en Navidad en donde se evidencian las malditas diferencias; los que mucho tienen y los que poco o nada tienen.

Los centros comerciales se llenan de consumidores, aquellos que, puertas afuera, se quejaban y hablaban de crisis, hoy derrochan y despilfarran comprando objetos que puedan saciar su ansiedad y angustia cotidiana. Promociones y descuentos múltiples, 'cuotas fáciles' y 'lleve hoy y pague desde febrero' seducen a aquellos que, incluso sin dinero efectivo, no pueden dejar de adquirir los artículos de moda, aunque sea a costa de no llegar a fin de mes.

Los periódicos se llenan de páginas de publicidad, los canales de televisión realizan sus emisiones desde los centros comerciales incentivando, irresponsablemente, el consumir y consumir. Al fin y al cabo, son esas marcas las que financian sus emisiones y, por tanto, imponen sus agendas y sus contenidos informativos. Los presentadores lucen felices, con sus sonrisas de Coca Cola en sus rostros; mientras reseñan en las pantallas violencia, muerte y destrucción.

Ciertamente el mejor regalo de Navidad del gobierno de la Revolución Ciudadana no es haber cumplido a tiempo con el pago del decimotercer sueldo, sino el haber reducido considerablemente la pobreza y haber mejorado las condiciones de vida de los ecuatorianos. En un país -y continente- tan inequitativo, reducir esa brecha, que ofende a la dignidad humana, debe ser la prioridad de todo gobierno.

El implantar políticas públicas, efectivas y eficientes, que disminuyan la inequidad, que garanticen acceso a la educación, a la vivienda, a la salud, y al empleo a los sectores tradicionalmente más desprotegidos y vulnerables, es la verdadera Navidad. Y el mejor regalo debe ser el trabajar los 365 días del año por y para los ofendidos y humillados de toda la vida; para que recuperen su dignidad de una vez y para siempre.

Solo así saldrán sobrando las teletones y las dádivas navideñas que solo sirven para lavar las conciencias y despojarse de sus sentimientos de culpa. Y para presumir de generosidad y desprendimiento; la mejor ocasión para lavar su imagen y mostrarse solidarios y cumplidores de sus responsabilidades sociales. Y además, la mayor oportunidad para mostrarse religiosos y creyentes; 'sepulcros blanqueados', diría un tal Jesús.

En un mundo tan violento, es hora de volver a la esencia del ser humano. Es hora de despojarnos del odio y la amargura y volver a sentirnos como hermanos. Que la Navidad no sea más un pretexto para el consumo obsceno y grosero. Que sea más bien el tiempo para la paz; para el beso tierno, para la alegría del tiempo compartido en familia, para el silencio de abrazarnos sin decirnos nada, para el amor, sencillo y cotidiano. Que nos desprendamos de nuestras miserias y volvamos a reconocernos humanos. Y así -humanos- con nuestras diferencias, con nuestros desacuerdos, nos amemos los unos a los otros. (O)

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