Cuando se desarrolló el debate entre los candidatos a presidente de la República de Argentina, saltó una pregunta que buscaba el pronunciamiento sobre la posición que se asumiría con respecto a dos países: Venezuela e Irán. Esto fue un claro indicador de que los históricos centros del poder mundial están buscando impedir el desarrollo de nuevos ejes que terminen con la vieja estructura unipolar o, en el mejor de los casos, bipolar, y den paso a una constelación más compleja, en la cual tenga un lugar protagónico América Latina.
Las fuerzas del orbe están en tensión, en medio de una profunda crisis de la economía mundial y probablemente como consecuencia de un cambio civilizatorio de gran magnitud. El mundo unipolar se resiste a dar paso a una estructura más balanceada del poder. Al parecer, los centros dominantes de carácter histórico quieren una nueva repartición del mundo, pero sin incluir a nuevos campos emergentes. Pero las múltiples tensiones no se resuelven en los espacios políticos, que han sido reducidos a lugares de retórica; más bien las fuerzas imperialistas insisten en retomar el camino de la guerra, reafirmando su vieja vocación. Casi todos los conflictos entre los centros de poder en la era del capitalismo se han medido usando la fuerza, de tal manera que solo en el siglo XX se produjeron dos guerras mundiales e innumerables conflictos regionales con el saldo de millones de muertos, lo que deja claro la incapacidad de los países ‘desarrollados’ para resolver diferencias, es decir, revela su condición de ‘subdesarrollados’ políticos.
En el contexto de la tensión y la crisis compleja, la estrategia sería doblegar a Latinoamérica, que ya no interesa solo como lugar económico, sino como sitio geoestratégico, por lo que buscan orillarla a tomar posición de una u otra forma, en la medición de fuerzas, cuya violencia se expresa, sobre todo, en la zona de Siria.
La pregunta de Macri nos invita a mirar el bosque y no el árbol. Nos lleva a relacionar la coyuntura política de Ecuador y a pensar que los agentes de la derecha en nuestro país no solo están luchando por el control del poder del Estado nacional o sirviendo a los intereses económicos del capital transnacional, sino que cumplirían una misión superior, la de evitar que se desarrolle el liderazgo continental prefigurado en Rafael Correa, quien reúne las características propias para consolidar progresivamente la unidad regional y lleva impregnado el espíritu latinoamericanista. Ya Fidel no está en la palestra política; Hugo Chávez se fue, y otros presidentes no logran ser el punto de encuentro.
Entrampados en mirar el árbol, desenfocados, muchos discuten sobre alternabilidad, concepto que deviene de la tradición liberal burguesa, asunto que se convierte en trivial si dejamos de mirar solo la escala nacional y miramos la complejidad del conflicto mundial. No nos damos cuenta por ello de que la gran batalla tiene que ver con la disputa por el mundo y que, una vez más, nos quieren convertir en parte del botín, mientras reinventan las coordenadas del sistema. Por ello, la estrategia es evitar el desarrollo de un liderazgo latinoamericano.
Quizás baste mirar la fotografía de Putin y Obama. Detrás del silencio de la imagen, parece como si se estuvieran al final repartiendo el mundo. Se transmite la sensación de que en realidad nunca hubiera terminado la era de la Guerra Fría, y recién viviremos su desenlace. (O)