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El Telégrafo
Mariana Velasco

Migración y silencio

08 de marzo de 2023

Ecuador es un país con olas migratorias irregulares y hoy vive un nuevo pico; diferentes rutas, paquetes y costos, donde los ‘’coyotes’’ ponen las reglas para esquilmar a pobres e ingenuos. El silencio del gobierno, Asamblea Nacional, asociaciones de migrantes y demás organizaciones de la sociedad civil, genera vergüenza, al conocer que la vida de miles de ecuatorianos, se transforma en mercancía para engrosar las arcas de uno de lo más lucrativos y crueles negocios. Al ignorar el tema, parecería que la migración es invisible y por ende, silenciosa.

Quienes optan por la migración irregular afirman hacerlo por necesidad al confluir factores que ‘’obligan’’ a dejar sus lugares de origen, que el tránsito sea en condiciones de riesgo, vulnerabilidad y que los países de destino los rechacen.

La oficina de Migraciones de Panamá reveló que los ecuatorianos constituyen la segunda nacionalidad, después de los venezolanos, que de forma irregular, cruza por la selva del Darién que separa a Colombia de Panamá. Este año, el flujo de movilidad de los conciudadanos va en aumento. Cifras del Ministerio de Seguridad del país en mención revelan que hasta mediados del mes anterior, más de 37.000 personas atravesaron y 9.536 proceden de nuestro país.

Estadísticas de nuestra Policía revelan que el 2022 fue el año más violento con 4.450 asesinatos perpetrados por sicarios para convertir a Guayaquil como una de las ciudades más peligrosas del planeta. Pasó del puesto 50 al 24, según el ranking del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal de México.

En nuestras Américas parecía inexistente e irreal el ejercicio de dejar nuestro país, no por movilidad como derecho humano, sino para buscar mejores condiciones de vida. Sólo se lo entendía desde lo bíblico. Hay que recordar que en distintas etapas y circunstancias: Ecuador, Colombia, Cuba, México, Venezuela, Guatemala, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Haití, República Dominicana y otros se convirtieron en ‘’exportadores de vidas”.

Según ACNUR, el número de personas desplazadas por la fuerza en todo el mundo era de 79,5 millones a finales de 2019. En 2020, el número de migrantes internacionales (personas que residen en un país distinto al de nacimiento) alcanzó casi los 272 millones en todo el mundo - 48% de mujeres - frente a los 258 millones de 2017. De estos, 164 millones son trabajadores migrantes. Se estima que hay 38 millones de niños migrantes y tres de cada cuatro está en edad (20 y 64 años) de trabajar (Portal de Datos Mundiales sobre Migración).

No deja de ser noticia la migración como un fenómeno de múltiples dimensiones que se caracteriza, por no ser sólo el resultado del éxodo de una parte de la población con el propósito de lograr una mejor calidad de vida, sino porque además es un problema social, ocasionado por las condiciones socio-económicas, falta de trabajo e inseguridad.

El incremento en los últimos lustros refleja el mal uso de los recursos existentes, incapacidad administrativa y falta de compromiso por parte de los gobernantes que permiten se agraven los desequilibrios, crecimiento de la miseria, de desempleo, con la multiplicación de insalubres suburbios, convertidos en caldo de cultivo de la delincuencia.

Grave, triste y dolorosa realidad viven los coterráneos que - en nombre de la vida- los lleva a emprender el camino hacia el sueño americano. Antes era vía México. Hoy les venden la ruta por el Darién como un paquete completo que sale de Quito, pasa el puente de Rumichaca en la frontera con Colombia y llega a la selva. Algunos no dimensionan la rudeza de ese trayecto.

Las posibilidades de morir en la trocha llegan desde múltiples frentes: ahogados o arrastrados por los ríos, mujeres violadas, asesinatos por los grupos armados, niños con deshidratación, enfermedades respiratorias y diarrea. Se exponen a la muerte para conquistar el más peligroso de los tramos en su camino hacia Estados Unidos al tener la convicción que al pisar suelo gringo la esperanza renacerá y sus vidas tendrán sentido, sin importar las circunstancias.

Pies con ampollas, rostros con llagas, lluvia o calor, hambre o sueño, no son lo peor de todo lo vivido. Por sus vidas ronda el hambre y la muerte, convirtiendo al Darién, en el espejo de la desesperación y de las más variadas crisis que vive América Latina, así como de las cambiantes y erráticas políticas migratorias de distintos países.

Descansan, toman un respiro y avanzan porque sueñan con una mejor vida, con derechos, deberes y necesidades básicas como requiere la dignidad del ser humano. Las promesas de políticos y gobiernos fueron quimera. Nada les detiene cruzar fronteras hasta llegar a la meta.

Hay que entender que estas olas migratorias generadas por causas políticas, socioeconómicas, culturales, familiares, bélicas, conflictos internacionales o catástrofes naturales y las crisis que éstas generan tienen rostro humanitario, cuyos derechos humanos deben ser protegidos.

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