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El Telégrafo

Miel de mar y otros silencios

04 de abril de 2012

Desde la eroticidad la palabra se funde en un solo aliento de carne y plenitud. Es ahí en donde los cuerpos yacen profundamente luego del feroz acto.

Es en aquel instante de emancipación en donde la caricia se vuelve remolino y la humedad se multiplica en la lluvia. Es en la intimidad del sueño eterno en donde los juglares se arrodillan en medio del ritual dedicado a la penetración del amor.

Es en las diferentes miradas del erotismo en donde la poesía aparece erguida de una posterior derrota y, predispuesta a vencer inútiles batallas. Con el verso se multiplica  la llamarada ardiente de la vida, el peregrinaje de los pies descalzos, los abrazos clandestinos en el fragor de las vanas promesas.

“Sueños lobos y el mar” es un compendio de poemas cortos de Carmen Jaramillo (Otavalo, 1971), en donde se describen la olas vertiginosas de los deseos nocturnos. La fuerza de la brisa poética se confunde con la desnudez de los sentidos: “Entre las sábanas de mi cama tibia/ descifro el sueño con el lobo negro/ cuando rasgas el encaje de mis medias seda/ con tus dientes, con tus uñas,/ y en la bruma cálida de tu cabello oscuro/ se diluye la fiebre de mi piel desnuda…”.

Es la búsqueda del otro en la bruma y el desvarío. Es el encuentro del ser amado en los confines de la lascivia, y el reencuentro con la desolación y las lágrimas que dejan los amaneceres grises. Es el horizonte absurdo que prosigue ante la ausencia de aquella mirada cómplice. Es la fragilidad de la alegría traducida en imágenes que se hunden en las anchurosas aguas del mundo. Es la percepción alucinada del recuerdo: “las serpentinas de mi pelo caen ligeras/ sobre el silencio de tu espalda desnuda/ conservo tu imagen y tibieza hasta el fin de la madrugada/ en el negro espejo de mis ojos”.  

En tanto, desde el bramido del corazón se plasma “La miel del silencio”, de Sonia Montenegro (Tulcán, 1988), poemario ganador del primer premio del Concurso Nacional de Poesía “Paralelo Cero” 2010-2011. En sus páginas se destaca una propuesta concisa a partir de la tesitura provocada por la autora en una temática de signo vivencial.
La tenue caricia del poema se entrelaza con la ternura y la inocencia de los años. También fluye la ensoñación de la

luna, como musa del prodigio creativo. Y el advenimiento de nuevos soles que aplaquen la desdicha de la penumbra. Sonia Montenegro escribe con el ímpetu de la marejada en una revelación de hojas secas y el perfil del alma taciturna del mendigo. Es la enunciación del miedo que persigue al hombre como sombra permanente. Efectivamente, la miel se derrama en la incandescencia del placer furtivo y, con ello, el silencio retorna del abismo.

Es el desencanto de Dios. La huella indómita del desamor, luego del contacto sediento entre los labios: “Llega el amante milenario con su caricia solariega,/ llega el amor y me rompe este sostén de porcelana […] El viento también llega,/ y nos arranca el ceniciento beso/ y lo vuelve pan… para los otros/ en la mezcla del sabor está el silencio./ Y yo me quedo como un jardín en llamas”. En definitiva, los espejos reflejan la inconsistencia humana, la debilidad de las pupilas ajenas, el maleficio de la metáfora, el cáliz sagrado extraído de los decadentes monasterios.

Enhorabuena, que la belleza emerja como “semilla de invierno” y la llama literaria incinere nuestros mágicos jardines asentados en el norte ecuatorial.

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