Esta semana los ojos de América Latina están en Perú. La semana pasada estuvieron en los Estado Unidos, hace dos semanas en Bolivia y hace un mes en Chile. Cada proceso tiene sus particularidades y el impacto que genera en nuestro país difiere por la dimensión geopolítica de sus actores. Pero más allá de las vicisitudes de cada uno, hay un elemento común en la sociedad civil trasnacional: el hartazgo.
De manera particular en América Latina durante las últimas décadas la ciudadanía ha expresado hartazgo al modelo democrático; puesto que en la práctica no ha defendido los valores que pregona la democracia, más bien han sido sistemas muy anti democráticos. En estos países mencionados y en otros de la región es frecuente que la ciudadanía sienta indignación frente a la distribución de la riqueza que ha sido poco distribuida. La sociedad civil se siente descontenta frente a la ausencia de liderazgo de la clase política que con mucha frecuencia está vinculada a actos de corrupción e inclusive a las redes del crimen organizado.
La democracia de la región Latinoamericana, carece de representatividad real de las minorías y se ha avanzado en reformas legales profundas, pero la igualad material está lejos de alcanzarse. Y, en la región, existe poca movilidad social. El sistema democrático que determina que si naces pobre morirás pobre. Y que aquellos que nacen ricos, sin importar mucho su desempeño y tránsito por la vida morirán ricos. Y la pobreza catapulta a una vida de injusticias y de peligro, donde el acceso a educación, salud y vivienda digna será restringido.
He pensado siempre que la frustración moviliza a la ciudadanía y que la capacidad de movilización fortalece la democracia y consagra el ejercicio de los derechos políticos. Sin embargo, lo vivido en el Ecuador en las últimas dos décadas me lleva a sentir mayor temor al hartazgo generalizado. Habitualmente estás irrupciones no conllevan una propuesta plausible de gobernanza y ahí radica el peligro.
No quiero sugerir que los ciudadanos debemos conformarnos con los regímenes incompetentes e injustos, para nada. Es simplemente que en nuestro país estábamos tan cansados de la clase política que abrimos las puertas a un régimen de gobierno que se perpetuó en el poder e inauguró otra clase política, una peor aún. Más corrupta, más poderosa y menos proba, menos representativa.
Veo con atención lo que ocurre en Chile y me entusiasma que se pueda reemplazar la Constitución herencia de la dictadura, pero me preocupa que los partidos políticos no estén contemplados por la ciudadanía para participar. En Perú se atendió el legítimo clamor popular de expulsar al presidente Merino que se aprovechó de la coyuntura para llegar al poder, pero habrá que ver si las disputas dentro del legislativo se supera y si la Mesa Directiva del Congreso cuenta con representación legítima, por ejemplo, con la primer a mujer presidenta en el Perú.
Ese hartazgo, legítimo, si no viene con una agenda alterativa de gobernabilidad puede catapultarnos en un lugar aún más gris del cual partimos.