Hace algunos años leí al poeta árabe Khalil Gibran. Ayer, mientras miraba los entretelones de este país de cóndores y alacranes, pensé que estas líneas pueden ser posibles. Con el permiso del poeta, tomo prestados sus versos porque, como nos recuerda Mario, el cartero de Neruda, “la poesía no pertenece a quien la escribe sino a quien la necesita”.
Ustedes tienen un Ecuador y yo tengo el mío. El suyo es un Ecuador político y sus problemas. El mío es natural en toda su belleza. Ustedes tienen un Ecuador con programas y conflictos. El mío es con sueños y esperanzas. Estén ustedes satisfechos con su Ecuador. Yo me contento con el libre Ecuador de mi visión.
Su Ecuador es un enmarañado nudo político que el tiempo intenta desatar. El mío es una cadena de cumbres y montañas que se elevan, reverentes y majestuosas. El suyo es una competencia entre un adversario del oeste y uno del sur; un ardid de zorro que combate con la hiena y una artimaña de la hiena que pelea con el lobo.
Su Ecuador es una partida de ajedrez entre un obispo y un general. El mío es el crecimiento de la juventud, la resolución de la madurez y la sabiduría de la edad. El suyo es disfraces, ideas coloniales y engaños. El mío la simple verdad desnuda. El suyo es un ceñudo anciano meciéndose la barba y pensando solo en sí mismo.
Ustedes despertaron en el regazo de los avaros, marchan en los cortejos fúnebres cantando al son de las trompetas, pero saludan con lamentos y rasgándose las vestiduras la cabalgata de una boda. No conocen otra hambre que la de sus bolsillos. Son como esclavos que se consideran libres porque sus grilletes oxidados han sido reemplazados por otros relucientes.
Los hijos de mi Ecuador son los campesinos que convierten en huertos y jardines la tierra pedregosa, son aquellos que mastican la yuca para hacer una buena chicha; son los albañiles y los alfareros, los hilanderos y los que hacen los campanarios; son los poetas y los cantantes que derraman su alma en nuevos versos, son aquellos que abandonan el Ecuador sin un centavo, para irse con el corazón henchido de entusiasmo y la resolución de regresar con las manos llenas.
Estos son los hijos de mi Ecuador, inextinguibles antorchas, sal incorrompible, caminan con firme paso hacia la verdad, la belleza y la perfección. A ustedes les digo, y que la conciencia del universo sea mi testigo, que la canción de un campesino en las laderas del Ecuador es más valiosa que las voces de todos sus notables…