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El Telégrafo

Mi corazón en Yambo

02 de noviembre de 2011

Ya no es dolor, quizá se ha convertido en rabia, indignación e impotencia. El dolor, dicen, enseña, convierte su causa en otra forma de ver la vida y de asumirla frente a otras circunstancias. Pero en este caso ese dolor queda hecho ovillo y no sana. Y cuando se lo revive, gracias a un documental de gran calidad cinematográfica, estallan en los oídos muchos ruidos para que la memoria se sostenga activa, latente, doliente.

No hay nada que justifique ni explique cómo un padre, una madre o una hermana pueden vivir con la ausencia, con la desaparición de sus hijos y hermanos. Supongo que es una espera constante, segundo a segundo, de esas que nadie puede zafarse, nunca. Debe ser como parte del oxígeno: está ahí, imperceptible, siempre.

En Argentina acaban de sentenciar a cadena perpetua a varios militares que desaparecieron a miles de personas en la segunda mitad de la década del setenta del siglo pasado. Y ni esa sentencia, potente e histórica, casi 40 años después, satisface a los familiares de los desaparecidos, aunque constituya un acto enorme de justicia. ¿Por qué eso no ocurre acá? ¿Qué le impide a la Policía dar la cara y decir dónde están los cuerpos de Andrés y Santiago Restrepo? ¿Por qué algunos de los ex policías y los de servicio activo asumen que colocar falsas pistas y distraer con mentiras les librará de sus responsabilidades?

El documental “Con mi corazón en Yambo” nos coloca en una situación de absoluta indignación. En las salas de cine donde se proyecta se escuchan exclamaciones, gemidos, las lágrimas ruedan por las mejillas y hasta hay gritos de rabia. Asistir a una sala de cine para verlo es toda una conmoción colectiva. Y al salir se observan los rostros estrujados, agredidos, las manos apretadas, la mirada perdida, respiraciones profundas, como si se saliera de una catástrofe.

Parecería que el Ecuador entero se ha dicho: es ahora o nunca para saber qué  pasó realmente con esos dos muchachos y dónde los fueron a botar.Ya no hay más plazos ni tampoco conmiseración que justifique cargar en la conciencia colectiva una pena de esa magnitud.

No hay que pasar la página y menos sobrellevar esa carga como si fuera parte de nuestra condena o nuestra resignación. Hacer justicia es, sobre todo, saber la verdad, en toda su complejidad y plenitud.

Todos estamos obligados a exigirles a los policías y a la Policía que nos digan dónde están los hermanos Restrepo.

No pueden negarse ni ocultarse. Su razón de ser (guardianes de la seguridad, supuestamente) está en juego y en
absoluta duda mientras no nos digan toda la verdad.

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