La amargura de una ciudad, con imaginación vial muerta, ha dado a luz a monstruos articulados para llevar en su interior a gente de un lugar a otro.
Pero esta Metrovía y sus trompetas del infierno, solo anuncian en su freno, la agonía de esta misma ciudad. Rugen de día, rugen en la noche y rugen en la madrugada.
Guayaquil, que pagas millonadas por juguetitos donde pretendes que nuestra humanidad se trepe, para ser transportada ridículamente en tu plana geografía que fácil se la recorre en el equilibrio de las bicicletas andantes.
Bicho que pitas en cada intersección, que defeca hollín y atraes las estampidas de los impertinentes con el tiempo, en tus estaciones de “¡agua a 25, el agua!”. De paraderos estratégicamente mal ubicados, hechos para el tumulto y el maltrato.
-Hace calor y el aire no circula. Ya había dicho el Alcalde que no hay climatización para que los usuarios sudados no se enfermen por el choque térmico-.
En tu interior llevas a las almas apretadas que esperan llegar a su hogar, trabajo o lo que sea. Espíritus manoseados por la autoridad que no sabe del calor o apretujamiento, del tiempo perdido o del acoso. De vendedores con niños en brazos, perseguidos también con la gentil idea de un toletazo.
Viva nuestra autoridad que hace tanto por nosotros ¡Carajo! Los pobres diablos.
Se van cavando más hoyos en el suelo de las calles también estrechas como las mentes que talan árboles, para tu nueva vía, Metrovía. Adiós mi Portete querida o a ti mi callecita Venezuela. Chao para siempre. “Las molestias de hoy, son las comodidades del mañana”.
Para que tú lagarto azul, pases al pie de las casas famélicas cercanas a La 18. Así como ya lo haces en la Machala, en la Pedro Moncayo, la Chile, la Domingo Comín largo al Guasmo. A todos nos tienes trastornados, bestia de lata cerúlea… sardinera. Ni la misa se te escapa de tus chirridos endemoniados.
Haces de esta ciudad de encierro, cemento y lamento; mendicidad, delincuencia, tránsito, calor y gris deforestación…más deprimente. (O)