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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Metáfora del 'correísmo'

13 de abril de 2017

Una palabra es todo un universo descriptivo de la forma y el fondo de una fenomenología, que suele crearse cuando surge la necesidad social de designar algo nuevo.  ‘Correísmo’ es un nombre propio incorporado recientemente al diccionario político de los ecuatorianos, compuesto por el apellido de un actor político fundamental de los últimos diez años y un sufijo. Su aparición significa que es necesaria esa enunciación para distinguir el momento político peculiar, durante el cual, de una u otra forma, se movieron factores económicos, sociales, políticos y culturales, aunque quizás el viraje no haya llegado a constituir, en términos ortodoxos, una revolución.

Las evidencias y la percepción generalizada demuestran que en la última década se produjo un incesante movimiento que transformó el conjunto. Buena parte de los ecuatorianos considera que la energía devino de Rafael Correa, un hombre que presionó todo el andamiaje desde el Estado, deteniendo al contrapoder que luchaba por el statu quo. Visto así, la imaginación nos lleva a construir una representación simplificada del tejido de las cuerdas y de la correlación de fuerzas, limitando y descontextualizando nuestro enfoque.

Sin duda la energía del ‘correísmo’ se origina por la convergencia de dos singularidades: la personalidad excepcional de un político seguidor de la Teología de la Liberación, que actuó en un territorio concreto, y por otra parte, el proceso de transformación del capitalismo globalizado, caracterizado no solo por una crisis, producto de su naturaleza contradictoria, sino también por la agonía de sus esporas, que al tiempo que mueren, intentan renacer transformadas sin perder su esencia.  Si la metáfora organicista de las esporas no sirviera, quizás podamos apelar a una idea mecánica, imaginando el cambio de época como un carrusel, que de su condición original impulsada por el músculo humano y luego por la máquina adquirió una velocidad autónoma descomunal, expulsando a casi todos, salvo aquellos privilegiados entronados sobre caballitos dorados, en tanto el ‘lumpen’ trata de alcanzar el círculo enloquecido. En la gráfica se ve al capitalismo en su modo más veloz, girando y girando, diluyendo todos los referentes, provocando un gran mareo cultural, exacerbado por el sonido ensordecedor de las espinas metálicas de su caja de musical.

La última ha sido la década en la que se inició la metamorfosis de las esporas; o en otro caso, el giro descomunal del capitalismo enloquecido. La acción fundamental del ‘correísmo’ era, pues, lograr igualar la velocidad inusitada del carrusel, para evitar que Ecuador cayera en el vacío. El impulso demandaba además un gran salto, una velocidad extraordinaria y a la vez un rápido proceso de cambio interno. Esa era una tarea de atletismo mayor que debía realizarse con la fuerza del Estado neomoderno de derechos, que al tiempo que se expandía, tenía que lograr la cohesión, la inclusión y la movilidad social. No queda claro si pusimos pie firme en carrusel o aún estamos dando el salto. Pero no hay duda de que es a ese movimiento, transformación y velocidad al que muchos llaman ‘correísmo’. La persistencia a destiempo del coro que dice: “¡Fuera, Correa, fuera!” es quizás no solo una forma de designar, sino también una contradictoria técnica de memorización del propio contrapoder; expresión de su miedo oculto, revelador de su estado de espasmo, incluso una manera de admirar y extrañar la adrenalina.

Rafael Correa se irá de la Presidencia de la República tras liderar un proceso de profunda transformación; el capitalismo no se detendrá, seguirá con igual velocidad, cambiando en su forma y fondo, mientras Ecuador continuará buscando un sencillo caballito de madera, movido por la utopía de que el carrusel será otra vez el lugar de los sueños. (O)

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