La condición humana a veces -plagada de mezquindades- es renuente a resaltar la existencia provechosa del prójimo. El hombre, como ser integral en la composición comunitaria, tiende en la contemporaneidad a replegarse en un extremo individualismo, que merma una actitud solidaria y fraterna.
Dicho de otra manera, relievar la valía del otro/a cada vez se reduce al formalismo en la coyuntura de ciertos intereses creados por afanes particulares. El desprendimiento no es precisamente una cualidad de la actual sociedad. Menos aún el reconocimiento de las virtudes y talentos ajenos.
Por eso, es trascendente sumarme desde esta columna a la iniciativa gestada días atrás por la matriz de la Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión”, en Ibarra, en la cual se rindió un homenaje a la ilustre crítica de arte Inés M. Flores, proveniente de la citada ciudad; mujer universal en la perspectiva de la difusión cultural.
Exaltar la supremacía de esta ilustre dama es pertinente en este país de ausencias y olvidos. Amante de las artes plásticas, estudió en la Escuela Municipal de Bellas Artes de Guayaquil, en la Universidad Nacional de Colombia y en el Instituto Paul Coremans de México. Ha ocupado importantes cargos y membresías dentro y fuera del Ecuador.
Museógrafa y museóloga. Experta en aspectos inherentes a la curaduría. Consultora de la Unesco en labor patrimonial en Argentina, Chile y Perú. Conferenciante de cursos de Historia del Arte. Coordinadora de innumerables exposiciones, muestras itinerantes e instalaciones pictóricas. Su mecenazgo artístico ha permitido que noveles pintores vayan acrecentando su presencia en el complejo espacio de la creación, así como también que artistas de trayectoria probada consoliden su firma en el ámbito público.
Inés M. Flores es una profesional desprendida y generosa. De habilidad en la técnica de la interpretación artística y analista de obras que confluyen de la vocación lúcida y creacional. Sus escritos han aparecido en infinidad de catálogos y publicaciones semejantes. Enamorada del arte; su vida es un cúmulo de emprendimientos y satisfacciones. Sus manos acogen la sabiduría de los años. Como dice Marco Antonio Rodríguez: “Esas manos, buidas de inteligencia y sensibilidad, expertas, teóricas, estudiosas, apasionadas; pero sobre todo, humanas (demasiado humanas), han permitido convertir innumerables sueños en arte, han liberado el arte que los artistas llevan dentro”.
Merecida distinción la que le hizo la CCE, junto con la adhesión de otras instituciones, a esta ejemplar ciudadana que con su esfuerzo y tesón contribuye al anhelo de Benjamín Carrión: convertir a nuestra nación en una potencia cultural.