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La película australiana “Memorias de un caracol” (2024) de Adam Elliot nos pone a revalorar la vida desde la perspectiva de los seres mínimos para denotar a través de ellos las vidas nobles.
Se podría pensar con semejante título y mi premisa que el filme trata, en efecto, de la vida de algún caracol, un molusco gasterópodo, habitante de jardines y zonas húmedas. El caracol, de hecho, en la obra de Elliot tiene un papel secundario como personaje, porque en realidad “Memorias de un caracol” trata sobre la existencia de unos hermanos gemelos, ambos de distinto sexo, los cuales, tras quedar huérfanos en la niñez, terminan alejados y tratan, mientras crecen, de lograr reencontrarse. La historia es contada por la hermana, la cual se caracteriza por tener afecto a los caracoles y posee una gorra que simula la cabeza de un caracol. De este modo, el director, que además es guionista de la película, nos introduce a un mundo de seres mínimos.
¿Y por qué mínimos? Porque la personaje principal, Grace Pudel, desde su nacimiento, es una especie de ser insignificante, marcada por su labio leporino, por ser objeto de bullying, porque se resigna al devenir de su existencia de pocas oportunidades. Su hermano gemelo, Gidel, aunque trata de ser más agresivo con lo que se le aparece en su camino (o en el de ambos, desde el principio), igualmente es otro de la misma condición, uno que debe forzarse a salir por su propia cuenta de cualquier situación.
En las historias de seres mínimos, como la de “Memorias de un caracol”, lo que importa es cómo ellos tratan de resolver su situación mimetizándose con el entorno, en la práctica, desapareciendo. Tenemos siempre una visión despectiva de los caracoles, sobre todo por su babosidad que queda impregnada por el camino por el que transitan, o porque parecieran seres que destruyen la supuesta belleza de los jardines comiéndose las plantas. Grace y Gidel, al ser reducidos por la sociedad, al ser subalternizados, se tornan figuras grotescas en un entorno que exhala modernidad, desarrollo y que se constituye en paraíso capitalista. Grace, de pronto, nos hace descubrir que, como ella, muchos o quizá la gran mayoría que conforma toda sociedad sublima sus carencias de familia, de amor, de relación con la acumulación de objetos, con engordar (como si ello significase vida plena), con desplazar la atención a seres como ella (¿tiene que ver con el “mascotismo”?), aún más mínimos y efímeros. Ellos sobreviven. La sociedad capitalista se sirve de su trabajo y productividad, pero no les ofrece oportunidades nuevas y de crecimiento personal y social: así el sentimiento emergente en estos seres mínimos es solo vivir. El arte es vivir, entonces es valiéndose de las sobras, del excedente. ¿No es acaso la sociedad contemporánea una de sobras o de excesos en la que las amplias mayorías tratan de sonsacar algo para sobrevivir?
Alguien se preguntará que en este escenario que parece sombrío, ¿por qué no surge el emprendedor, el innovador? Elliot muestra que quienes pueden ingresar a estos terrenos son, en realidad, sujetos violentos (pienso en quienes, desde la escuela, no solo hacen bullying, sino que desprecian al semejante y son educados para ello), o son sujetos aprovechadores (como el supuesto novio de Grace que en realidad la “engorda” para hacer pornografía), o son empresarios de alguna religión (que usan el nombre de Jesucristo para tener los diezmos de los feligreses para vivir con cierta comodidad y establecer el miedo como medio para sostener sus protervos proyectos, incluso su odio al semejante y al que consideran el desviado).
Gidel parece un contrapunto. En un entorno agresivo, competitivo, de aprovechadores, procura ser un creativo, al igual que su padre, el cual termina como un alcohólico. Solo que una cosa es la creatividad y otra la actividad puramente mecánica. En un mundo en el que solo se privilegia el trabajo repetitivo, el trabajo para acumular, la creatividad y, en este contexto, el arte, quedan atrás. “Memorias de un caracol” expone con sutileza esta tensión, entre una vida gris determinada por un sistema hedonista o de engaño y además vacío, y una vida que puede ser labrada a costa de mucho esfuerzo, pese al trasfondo trágico que la permearía.
“Memorias de un caracol” no es un filme sobre héroes; al contrario, es de antihéroes, seres trágicos, anodinos, imperfectos, pero tampoco negativos. Hay en ellos positividad, pese a sus defectos: Grace ayuda a un hombre de la calle a recuperar su condición de persona humana; ella misma tiene que en algún momento quitarse el caparazón (de caracol) con el que se protege. Ello le lleva a hacer cine. Gidel, aunque parece estar maldito (su rostro es una evocación a Poe, partiendo del retrato que hiciera en algún momento Tim Burton en “Vincent” (1982)), tiene la mirada de la esperanza: su búsqueda será volver a la comunidad con su hermana y, con ello, retornar a lo que ambos dejaron obligadamente: la inocencia. ¿Qué es entonces en realidad el ser mínimo? Seres inocentes. En ello radica su potencia: tienen nobleza. Es decir, el filme de Elliot nos demuestra que estos seres, como los caracoles, al final, encierran una espiritualidad otra, una centrada no en sí mismos (aunque se retraigan en sus caparazones), sino en su capacidad de regenerar la vida. Por algo Grace y Gidel juguetean en un atardecer en una montaña rusa, como metáfora de que la vida plena empieza cuando el día está por desaparecer, para dar paso a la regeneración de la vida con el ocaso.
“Memorias de un caracol” está realizada con la técnica de la stop motion. Los muñecos tienen una expresividad casi gótica; el equipo de Elliot les da vida acentuando lo grotesco, pero para despertar en nosotros conmiseración, muy al tono del clásico drama griego. Sus rostros y cuerpos parecen achatados para denotar su “minimidad”, casi emparentándolos con los caracoles; la finalidad, sin embargo, es que aprendamos de ellos su inocencia y su valor. El color que predomina en los encuadres es marrón, quizá queriendo con ello connotar que los personajes, pese a su soledad, a estar expuestos a la violencia del entorno, a sabiendas de sus propias crisis (porque en el fondo eso es el gótico), tienen seguridad de sí mismos, tienen una fuerza interior que les hace resilientes. En síntesis, el filme es una digna lección sobre la vida.