Cuando faltan pocas semanas para que los ecuatorianos nuevamente volvamos a las urnas para decidir con el voto quienes se harán cargo del gobierno por menos de dos años, se justifica apelar a la “memoria colectiva”, para que el ciudadano afine su criterio y adopte la decisión más adecuada en la difícil situación que atravesamos. Pero, con frecuencia la memoria colectiva está ausente o, simplemente, de estar presente en la cabeza de la gente, aquella es compasiva, porque así somos los humanos; más puede movernos la emoción antes que la razón, y no solo en las lides de la política, también puede suceder en las del amor, de los negocios y del deporte.
A diario, muchos candidatos y candidatas no se posicionan necesariamente por los planes y propuestas que difunden en campaña, por el conjunto de ideas que configuran su visión del mundo y de la realidad nacional, sino que más bien llaman la atención de las formas más inverosímiles, bailando, cantando, conduciendo todo tipo de vehículo, haciendo tik toks, y cosas semejantes. ¡La política y los políticos de hoy ya no son lo que eran! La gran mayoría de postulantes actuales tiene audacia y la palabra devaluada, y carece de planteamientos claros para ganarle a una crisis sistémica arraigada que afecta a todos; tampoco cuentan con equipos humanos idóneos para asumir responsabilidades de manera eficiente en los numerosos flancos del quehacer estatal.
Sinceramente, dudo mucho si los candidatos tienen claro la política internacional que impulsarán en el convulso mundo actual, si saben la configuración que tendrá la política económica y la relación de los distintos impuestos con la economía y sus agentes, si conocen el estado y urgencias del sistema vial nacional, si tienen la solución para las falencias de los sistemas de salud y de educación, si poseen la fórmula para generar empleo, si han delineado la estrategia adecuada para atraer inversiones, si tienen la solución para acabar con la inseguridad, la delincuencia y la impunidad, si han pensado en un esquema de relacionamiento de los poderes públicos que respete y profundice la democracia, si saben cómo enfrentarán la pobreza y la exclusión, si tienen claro en qué consiste el respeto al Estado de Derecho, en fin, si tendrán un conjunto de ideas fuerza, realistas y efectivas para hacer una gestión muy positiva.
La situación actual puede agravarse, puesto que a demasiados políticos sin credibilidad y que le fallaron al país nuevamente los encontraremos en las papeletas buscando respaldo popular. Son caudillos y populistas, maestros del discurso falaz y el encantamiento de las masas con ofertas de oropeles. Como el elector con frecuencia muestra memoria frágil, es emocional y condescendiente, nada raro será que tales personajes nuevamente resulten elegidos; quedará así la mesa servida para repetir errores del pasado reciente, con caos institucional y estancamiento. Suele suceder que, si se elige a los mismos de antes, ellos no harán algo nuevo o diferente, sino lo de siempre, según sus apetitos.
Será importante la próxima elección porque constituirá el preámbulo a un nuevo período completo de gobierno que iniciará en 2025. La fuerza política que resulte triunfadora en agosto de 2023, si hace un buen trabajo en el corto lapso que le corresponde -menos de dos años-, podría continuar en el poder para el período 2025-2029. Por esto, Ecuador necesita elegir soberana y democráticamente a las personas que mayores garantías ofrezcan para una buena gestión en el gobierno, por gente que trabaje para la gente y por el adelanto nacional. El proceso eleccionario del 20 de agosto próximo requerirá de mucha memoria colectiva y razón, por encima de las emociones del electorado en el proceso político.