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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz - cmurilloruiz@yahoo.es

¿Melodrama?

14 de septiembre de 2015

América Latina ha producido materiales de entretenimiento que han tallado, de alguna manera, la forma en que las personas –masivamente- perciben los dramas humanos cotidianos. Un ejemplo paradigmático son las telenovelas y sus tramas de clases sociales opuestas y el amor que lo vence todo; obviando, por supuesto, la complejidad de las relaciones sociales en la vida real, en términos económicos y de interacción política y también cultural.

Así mismo, los programas informativos, mutatis mutandis, incorporaron a sus formatos no solo la incipiente modernidad tecnológica que estaban en capacidad de adquirir, copiando esta vez el modelo estadounidense, sino que añadieron el estilo de presentar las noticias catastróficas –las que más venden- con la dosis de drama requerido para llegar a la sensibilidad del televidente e ir mutando los referentes de su propia realidad.

Estos días un problema social, político y económico de espinosos orígenes y consecuencias, ha sido presentado al público regional y mundial, como el drama de la deportación de miles de personas por la sinrazón política de un mandatario. Lo que pasa en la frontera entre Venezuela y Colombia ha sido reducido, informativamente hablando, a un asunto de deportaciones sin causa y convertido en un tema humanitario. Por supuesto, todo lo que atañe a seres humanos sometidos a condiciones de desigualdad y desplazamiento forzado nos muestra el lado de su sufrimiento… pero nos quedamos ahí, y la inquisición mediatizada del dolor no investiga, documenta y explica al público –que somos todos- lo que subyace y atraviesa la vida socioeconómica de las fronteras.

La historia nos enseña que todas las guerras tienen un trasfondo económico o que son la prolongación de la incompetencia política; se dan para dominar y explotar riquezas de otros territorios o, acaso, para captar mercados, rutas y consumidores. Pero esas guerras o conflictos, sobre todo en las fronteras, han cambiado y hoy aplican otros métodos de evasión y supervivencia que tienen raíces en las condiciones internas de cada país.

Se sabe, superficialmente, que Venezuela es un país petrolero y que hoy vive un proceso político con determinadas características de crisis política y económica que el facilismo analítico achaca solo a Nicolás Maduro. Se sabe, superficialmente, que Colombia desde hace más de medio siglo soporta una cruenta violencia política en varias facetas: el narcotráfico, las guerrillas y las bandas paramilitares. Pero se relativiza que el estado colombiano no ha podido, por sí mismo y ni con la ayuda estadounidense de sus bases militares instaladas en su territorio, resolver esa violencia. La única señal, en el gobierno de Juan Manuel Santos, ha sido llevar a cabo los diálogos de paz con las FARC, que afortunadamente avanzan en La Habana.

El tema de la frontera entre Venezuela y Colombia merecería del periodismo interno y externo otro modo de indagación y enfoque. Así entenderíamos mejor por qué hay tantos colombianos viviendo y comerciando en Venezuela; y abandonar el lacrimoso e hipócrita melodrama informativo y convertirlo en conocimiento y solidaridad del público. (O)

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