Lo ha reiterado el presidente Correa: hay medios que distorsionan sistemáticamente la información en varios países latinoamericanos, especialmente en aquellos donde los gobiernos han virado en pro de lo popular y han tomado distancia de las multinacionales: Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina.
Tan así es, que asistimos a una insólita contradicción performativa (es decir, contradicción entre lo que se dice y la realidad que se instala al decirlo): se aduce públicamente que estos serían gobiernos autoritarios, cuando es obvio que en un gobierno autoritario nadie podría decir públicamente que existe un gobierno autoritario.
¿Me explico? La mejor forma de demostrar que no existe una dictadura es que alguien escriba en un diario que se está en dictadura. Pues cuando hay dictadura, jamás puede publicarse tal cosa en un diario; antes, como sucedió hasta el cansancio en la Argentina dictatorial o se da hoy en Honduras, los periodistas son simplemente cesados en sus puestos, cuando no secuestrados, apresados o asesinados.
De modo que las acusaciones de autoritarismo deberán entenderse a menudo como simples ataques a gobiernos con los cuales no se coincide, ataques (que por cierto no es lo mismo que críticas) a menudo realizados otorgándose a sí mismos una falsa pátina de objetividad o neutralidad.
No existe un “no lugar” para hablar; todos hablamos desde posiciones valorativas, políticas e ideológicas. Todo gobierno queda automáticamente asumido como parcial, como que representa un partido o una posición entre otros u otras posibles. Pero, en cambio, los líderes de la prensa se escudan en el Mito de la Inmaculada Percepción: ellos simplemente “informan”.
No dicen desde dónde, esconden su parcialidad, evaden su responsabilidad de decir cuál es su -inevitable- singular punto de vista. Se escudan en la falsa apelación a la objetividad y la neutralidad, las cuales no existen -la epistemología lo muestra sobradamente- por más que los que ignoren la teoría del conocimiento pretendan instalarse en ese Olimpo extrasocial e imaginario.
Nadie está fuera de la sociedad, de sus contradicciones, sus intereses diversificados, su pluralidad de puntos de vista. Ojalá alguna vez en Latinoamérica los medios dejen de mentirse pretendiendo una imposible neutralidad, para verse obligados -como sucede en algunos países- a declarar cuál es su posición y especificar cuál es su propia toma de partido.
Así dejaremos de imaginar que los gobiernos son parciales y los medios -en cambio- se supone que “dicen la verdad”. Los medios dicen lo que conviene a los puntos de vista de sus propietarios. Y estos tienen derecho a expresarse mientras la palabra pública se plurifique, es decir, los medios no estén en manos de unos pocos propietarios; y, sobre todo, cuando los medios mantengan la posibilidad de opinar, pero no pretendan convertirse en actores
políticos permanentes ni en reemplazantes subrepticios de los partidos políticos, pues su función no es -dentro de la democracia- ser representantes o mediadores de la voluntad popular.