Durante las manifestaciones populares que vivió Ecuador entre el 3 y 13 de octubre, la tensión tuvo dos dimensiones: una se desarrolló en las calles y otra en la esfera de la comunicación social, lo que merece más que posturas, análisis, pues se trata de reconocer que Ecuador y el mundo enfrentan un nuevo momento, en el contexto de la historia de la mediatización de la información.
Desde que se crearon los Estados, casi todos a partir de la revolución agrícola ocurrida hace miles de años, la mediación de la información jugó un papel importante alrededor del poder político, fuere teocrático o fuere democrático, sea en Indoamérica, en Europa o Asia. Como es conocido, sacerdotes junto con pregoneros oficiales o independientes, estaban a cargo de elaborar la información que debía circular.
Una primera revolución tecnológica, la de la imprenta (S. XV), puso en jaque al poder de turno, puesto que su generalización permitió el aparecimiento de prensas clandestinas, donde se elaborarían en el paso de tiempo las hojas volantes, quizás el embrión de lo que hoy constituye el Twitter. Eso significaría que quien poseyera la tecnología para replicar la información estaba disputando un espacio de poder mediático.
Lo que ocurre ahora es inédito y definitivo, también como consecuencia de la tecnología: millones de personas de un país o del mundo operan como verdaderos emisores de información, opinión y relatos de ficción-verdad-mentira. Se vive una especie de anarquía de representación de la realidad y las antiguas instituciones, incluyendo el Estado, perderán la batalla. El fenómeno es contradictorio: aunque el poder en cualquier parte del mundo desee controlar la mediatización de la comunicación, el negocio global de la tecnología masifica los dispositivos de difusión, en su calidad de mercancías.
¿Ha llegado el día de la total libertad de expresión? Esa pregunta parece estar ya caduca frente al nuevo fenómeno, debido a que la centralidad está ahora en la mediatización. Aunque hay excepciones, son pocos los síntomas de que los actores en cuestión deseen desarrollar la comunicación social, para promover conciencia crítica y capacidad de análisis de la realidad, algo muy distinto a disputar la mediatización, para lograr que su relato permee en la sociedad “líquida”. En términos mediáticos se ha operado una revolución. No hay vuelta atrás. (O)