Así reza una emblemática canción de la cantautora Violeta Parra. Que los jóvenes son rebeldes, insurgentes, protestones, lo sabemos desde siempre. Ya al inicio de la vida republicana lo decía Juan Montalvo: “La patria nada tiene que esperar sino de los jóvenes, los libertadores nunca han sido viejos. La suerte de un pueblo está en manos de los jóvenes, los estudiantes son elementos del porvenir”.
Los recientes acontecimientos en torno a las protestas y detenciones de los estudiantes secundarios del colegio Mejía, en Quito, evidencian un manejo poco tolerante y una reacción desproporcionada, por decir lo menos. Jóvenes estudiantes presos por dos semanas, que afirman haber sido víctimas de violación a sus derechos humanos, con juicios y sentencias de cárcel en unos casos y de trabajo comunitario en otros, dan cuenta de una suerte de ensañamiento contra cualquier disidencia. Sobre todo contra aquella parte más débil, los jóvenes secundarios. Además, muestra un Estado policial que podría pretender instaurarse, con el nuevo Código Integral Penal vigente.
Andrés Ortiz, en un artículo publicado en Plan V, ha sostenido que el ensañamiento con los “guambras del Mejía” es un tema de violencia estructural dirigido a un estrato social específico, parte de una mentalidad hacendataria, que provoca estas reacciones fruto casi de un habitus policial. Esta es una hipótesis interesante. No obstante, por el tiempo que han permanecido detenidos y el cariz que ha tomado el tema, ha desbordado la institución policial, ha involucrado a la justicia, a la Fiscalía y al Ejecutivo con sus ministerios del Interior y de Educación. Es decir el Estado, con toda su potencia y eficacia, contra jóvenes estudiantes.
Los discursos de celebración del reciente 30S fueron muy simbólicos en señalar, siguiendo a Tomás Borge, que frente a las infamias la venganza personal será que haya educación, salud, infraestructura, inclusión. Entonces ¿por qué no empezar aquí y ahora? La mayor venganza contra los jóvenes del Mejía habría sido escucharlos, dialogar con ellos, mostrarles que los daños provocados no son una vía de solución, y que hay un Estado, no policial sino uno democrático, que busca que se expresen las distintas posturas y que particularmente los jóvenes son tomados en cuenta. Quizás alguno de esos jóvenes del Mejía bien pudo estar defendiendo la democracia en el 30S, ¿cuál sería su valoración de la democracia que defendió, luego de haber tenido esta última experiencia?
Por eso me limito a transcribir la hermosa canción de doña Violeta, que procede precisamente de un repertorio de canción social, que suele animar ahora algunas de las celebraciones oficiales: Que vivan los estudiantes/ jardín de nuestra alegría / son aves que no se asustan/ de animal ni policía/ Y no le asustan las balas / ni el ladrar de la jauría/ caramba y sambalacosa/ ¡qué viva la astronomía!/ Me gustan los estudiantes/ porque son la levadura/ del pan que saldrá del horno/ con toda su sabrosura.