“...porque son la levadura/ del pan que saldrá del horno/ con toda su sabrosura/…” dice la canción de la famosa Violeta Parra, y es lo que confirma el 70% de la población chilena que aplaude desde hace años las movilizaciones protagonizadas por alumnos de las universidades y colegios.
Desde 2006, las protestas estudiantiles han congregado cada vez más adherentes. El objetivo fundamental es claro: conseguir el incremento presupuestario a través de una mayor participación del Estado en la educación.
Ello porque desde 1980, con la Ley de Constitución de la Enseñanza en la dictadura de Pinochet, se inauguró un sistema de educación en el cual se redujo al 25% la participación financiera del Estado, dándose un rol creciente a la enseñanza privada, incluso con recursos gubernamentales. Aunque en 2009 las protestas obtuvieron su reemplazo por la Ley General de Educación, no hubo cambios significativos.
Según la Unesco, el modelo chileno de educación universitaria es altamente segregador; es también el más costoso después del norteamericano. La responsabilidad estatal trasladada a los municipios ha incidido en la calidad de la enseñanza, con excepción de la que se imparte en los centros más elitistas y caros. Por ello hay un creciente apoyo de las familias y pueblo en general a las demandas por mayores recursos para la formación en colegios y universidades, acceso real a los créditos universitarios, incremento de las becas y de las facilidades que a través de la tarjeta nacional estudiantil se da para el transporte.
La revuelta estudiantil, que utiliza formas creativas de protesta, va más allá de los reclamos para el sector. Cuestiona una concepción y un modelo que entienden a la educación como un bien de consumo, en palabras del presidente Piñera, para quien todo tiene costo, incluido este rubro. Para la mayoría, se trata de un derecho que junto a la salud debe ser atendido preferentemente.
Es lamentable que los gobiernos de la Concertación no hayan abordado el problema, lo que explica que el 54% de rechazo hacia el actual mandatario chileno se extienda a los dirigentes centroizquierdistas que, cuando gobernaron, no pusieron fin a la herencia pinochetista a través de una nueva Carta Magna que recoja las aspiraciones de sus compatriotas de hoy.
La juventud chilena protagoniza el proceso de cambios estructurales que ya se vive en otros países sudamericanos. Por ello, la canción que
Violeta escribió está en la boca de todo su pueblo.