Confieso que me causa estupor y preocupación contemplar cómo se afianza la mediocridad en todos los estratos sociales de nuestro país, con individuos que se sitúan con celeridad en las cotas de poder.
Es difícil definir a la persona 'mediocre'. La RAE precisa el término como «de calidad media, de poco mérito, tirando a malo». Tal vez se podrían ampliar estas características señalando que es una persona que se disfraza para ocultar sus propias carencias. El mediocre, además, utiliza una retórica grandilocuente llena de palabras banales, las cuales deben ser oídas por toda la población.
Basta recordar los debates de candidatos a prefectos y alcaldes, durante los primeros días de enero, quienes abrieron las puertas para de cuerpo entero reflejar en general, una enorme contaminación endémica de mediocridad en el político ecuatoriano que afecta a la excelencia, al esfuerzo y a la superación de otras muchas personas.
Parecería que impera la ley del bonsay, la rama que sobresale es preciso podarla para que exista uniformidad en la planta. De ese modo se evita que alguien brille por su talento o trabajo, con tal de no destacar por ser 'diferente'. Oscar Wilde ya adelantaba que «cada acierto nos trae un enemigo. Para ser popular hay que ser mediocre».
Muchos hombres y mujeres entregadas a escribir o investigar, no lo llevan a cabo en su mayor parte, para recibir parabienes, halagos, admiración o veneración. Cada cual puede emplear su tiempo libre y personal según su propia voluntad; por lo tanto, uno es mediocre en la medida en que decide su propio camino.
No es preciso ser uno de los siete sabios de Grecia para comprender que es más entretenida la vida de algunos candidatos’’ famosos, populares, mediáticos ‘’que desconocen la población de su provincia a la cual aspiraban representar o el presupuesto de la institución que debían gestionar.
Los mediocres se inclinan más por la maledicencia silenciosa, grácil y velada, cuyo daño causado llega a ser irreparable, que por la insidia ciertamente violenta. Se esconden en la penumbra bajo la protección de sus iguales, señalando y criticando sin tregua alguna para disimular sus propios desconocimientos.
El gran riesgo que corre una sociedad llena de individuos mediocres es que éstos pueden lograr el desmoronamiento irremediable de una cultura conseguida durante siglos con un extraordinario esfuerzo y un enorme talento.
En su obra “El hombre mediocre”, José Ingenieros trata sobre la naturaleza del hombre, oponiendo dos tipos de personalidades: el “hombre mediocre” y el “idealista” y, además, analiza sus características morales y las formas adoptadas en la sociedad.
Allí afirma que «no hay hombres iguales». En tal sentido, establece una división en tres tipos: Hombre inferior, mediocre y superior. El autor precisa que el “mediocre” es incapaz de emplear su imaginación para concebir arquetipos que le propongan un futuro por el cual luchar. Es sumiso a la rutina, los prejuicios y las domesticidades. Es dócil, carente de personalidad, contrario a la perfección, no acepta planteamientos distintos a los recibidos por tradición e intenta opacar toda acción distinguida.
No obstante, José Ingenieros, solía decir: “Es más contagiosa la mediocridad que el talento”- describe al “hombre idealista” como un ser apto para usar su imaginación a fin de concebir ideales legitimados por la experiencia y se propone exhibir patrones de perfección altos, en los cuales pone su fe con el afán de modificar el pasado en favor del porvenir. Este sujeto, por ser original y único, contribuye con sus ideas a la evolución social; es soñador, entusiasta, culto, diferente y generoso. No busca el éxito, sino la gloria, ya que el triunfo es momentáneo.
Es una suerte de ADN. La pasividad para aceptar y convalidar –con una actitud conformista- lo acontecido a nuestro alrededor, sin intentar hacer algo para revertir una situación anómala, refleja una indolencia opuesta a las posibilidades de progresar.
El filósofo y escritor argentino Alejandro Rozitchner –autor del libro “Ganas de vivir – La filosofía del entusiasmo”, enuncia: “Mediocre es no creer en la autenticidad como una posibilidad y un valor, y negar la existencia de una felicidad a nuestro alcance, que pide pagar los lógicos precios de todo logro. Mediocre es negar la importancia de la aventura existencial individual, formulando generalidades sociales a las que se toma como marcos de sentido siendo en realidad ficciones impersonales”.
Bienaventurados quienes transforman la creatividad, la locura, el entusiasmo, la energía y la perseverancia en fuente inagotable de inspiración con el propósito de forjar un futuro mejor, alejados de los obstáculos que bloquean nuestro bienestar.