La muerte de Diego Armando Maradona no fue subreal, pero los hechos concretos lo fueron; desbordaron la línea de lo posible. Centenares de personas se tomaron el palacio de Gobierno de Argentina, sin importarles un comino el poder que estaba literalmente en sus manos, con el solo propósito de aullar en homenaje a un fenómeno del deporte, que logró la trascendencia, átomo constitutivo del imaginario occidental, justo ahora en que casi nadie cree en la vida después de la muerte.
Aquella polifonía medieval cuasi barroca retumbó dentro de la Casa Rosada: Maradooo…Maradooo. Perfectamente sincronizados, sin partitura, maestro, ni retablo, rodeando al santo, más bien el nuevo Dios del Olimpo, tan humano en todo y tan sobrehumano cuando estando vivo conjugaba la pelota, el ritmo y la gravedad, haciendo de la vida un juego romántico, deportivo, latino y extraordinario, creando la sensación de honor, gloria y guerra ganada con una danza de paz.
Apenas dejó de latir su corazón se produjo un manicomio de amor e inesperado ritual planetario, que condujo al mundo hacia atrás, al encuentro con el primitivo momento en que el mayor anhelo era armonizar voces frente a los despojos de un humano, que a la inversa de todos los mortales, había logrado vencer el vacío y vivir para siempre en el paraíso, estando muerto.
No bastarían ni la virtualidad, ni los medios, ni las redes, nada nada… . Miles peregrinaron buscando proximidad con el inerte ser real, sin mediación. Ha ocurrido muchas veces, sobre todo en Argentina, un país - para mi maravilloso -, que gusta parir dioses como Gardel, Perón o Evita, superados ahora por la escala global pos morten de Maradona: En Milán también aullaron mil voces el canto polifónico perfecto, sincronizado, olímpico, capaz de romper las puertas del cielo: Maradooo…Maradooo.
Con Diego llegaron y llegarían al paraíso o al Olimpo, burlando al infierno y al diablo que reina en la Tierra. Al fin y al cabo, - dice Eduardo Galeano-, el fútbol es la misa pagana de la “única religión que no tiene ateos y exhibe sus divinidades”, sus ángeles de carne y hueso batiéndose a duelo con los demonios, realizando el milagro de la enajenación momentánea, para escapar de la vida obediente, el empleo sin vocación o el desempleo.
Si algo estremece es el canto coral divino y primitivo, porque como diría Boff se vuelve un campo mórfico que resuena: Maradooo…Maradooo…