Por muchos años el fútbol mundial vio una serie de injusticias terribles que hoy son parte de la historia. En la final del campeonato de 1966 se otorgó un gol inexistente a Inglaterra en la final contra Alemania. En 1986, en el mundial de México, Alí Bennaceur, árbitro tunecino, dio por válido el gol que Diego Maradona metió con la mano frente a Inglaterra.
El número de ejemplos es inacabable. Quizás el peor de todos es la brutal agresión de Schumacher, arquero alemán, propinó al jugador francés Battiston en el mundial de España 82. Debió haber sido penal y expulsión. Nada pasó más allá de la fractura de mandíbula, la pérdida de dos dientes y la conmoción cerebral del defensa francés.
El señor Gianni Infantino, presidente de la FIFA, en su afán por mejorar el deporte más popular del mundo propuso e implementó el sistema de VAR (Video Arbitraje). El propósito es evidentemente plausible: acabar o, por lo menos, reducir las injusticias que se producen en un juego de fútbol. A pesar de lo lógico de su finalidad, hay voces que se oponen a su uso. Realmente es increíble que haya quien se oponga al progreso y a la justicia.
Quienes reniegan del VAR argumentan que le quita “ritmo” o “fluidez” al juego. Puede ser. Sin embargo es nada frente a que en un partido gane el que no merezca por razón de un grosero error de apreciación arbitral.
La reciente Copa América mostró que, a pesar del VAR, las falencias arbitrales persisten, no por el VAR sino por decisiones equivocadas. No obstante, en la mayoría de veces en que fue utilizado, el VAR permitió que la justicia prevalezca.
Por otro lado es la primera vez que el VAR es usado en Sudamérica en torneos oficiales y, por ende, no hay experiencia. Conforme se desarrolle su uso, los resultados serán mejores y ojalá, de aquí a unos cinco años, ya no hayan más quejas sobre este incuestionable elemento de aporte y mejora para el más popular de los deportes. (O)