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El Telégrafo

Managua en el corazón

30 de junio de 2011

He vuelto a Managua después de tres décadas, invitado por el gran poeta y entusiasta embajador Antonio Preciado, para dictar una conferencia sobre Eloy Alfaro. La primera vez que estuve en ella fue en 1979, cuando los sandinistas acababan de entrar en la ciudad. La recordada revista Nueva me envió para cubrir ese momento culminante de la historia nicaragüense.  

Managua era entonces una ciudad en escombros. A los destrozos causados por el terremoto de 1972 se habían sumado los efectos de la barbarie somocista, que en su hora final buscó destruir con bombardeos a todas las ciudades y barrios donde el pueblo resistía a la tiranía. El centro histórico de la capital era una colección de ruinas y entre ellas, aprovechando la hierba crecida, se ocultaban todavía algunos francotiradores de la Guardia Nacional, que por la noche salían a matar sandinistas.

Similar situación se veía en otras ciudades, afectadas por los bombardeos del tirano. El rebelde pueblo indígena de Monimbó había sido casi arrasado. Y del mercado de Masaya quedaba solo la pared exterior.

Hoy, Managua es una pujante y bellísima ciudad tropical, donde los árboles y las flores hacen marco a una moderna arquitectura. Y signos de esfuerzo y de progreso se notan por doquier, aunque las estadísticas internacionales sitúan a Nicaragua como uno de los países más pobres del mundo.

Mercados populares bien abastecidos, ropa y alimentos de bajo precio son algunos signos de esa nueva Nicaragua, que lucha por salir del subdesarrollo en que la dejaran la tiranía y la “guerra de los contras”, montada por Ronald Reagan. A eso se agrega el peso agobiante de una deuda externa que equivale a tres veces el producto nacional bruto.

Empero, Nicaragua tiene hoy un crecimiento sorprendente. Nuevas urbanizaciones se riegan por el horizonte, nuevas empresas se asientan en el país y el clima económico general se halla en franca mejoría. También hay una creciente clase media, que llena restaurantes, discotecas y bares, donde reluce uno de los productos estrella del país: el ron Flor de Caña, uno de los mejores del mundo.

Pero quizá el mejor signo de su recuperación son sus varias universidades públicas y privadas, donde una juventud cargada de esperanzas acude en busca de formación profesional. La ley correspondiente señala que “las Instituciones de Educación Superior tienen carácter de servicio público. Su función social es la formación social y ciudadana de los estudiantes, y su prestación es función indeclinable del Estado”.

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