Había dejado listas las cartas para su mamá y para el profesor que la abusaba sexualmente. Se puso el uniforme y partió para el colegio, esperando que los diablillos hagan su efecto allí. Dos días antes, Paola Guzmán había cumplido 16 años. El suyo fue un suicidio de denuncia.
Nunca se pudo comprobar si en efecto había estado embarazada o no. Tampoco se pudo verificar en qué momento Bolívar Espín Zurita la empezó a acorralar con sus garras. Una madre de familia confió su hija al sistema público de educación; y el Estado, a través de un vicerrector violador, de un peritaje cómplice y de un silencio perverso, les falló a ambas.
Espín, de 65 años, fue destituido por “abandono del cargo”. En la demanda civil el juez ordenó una indemnización de $ 25.000 pero el agresor se borró del mapa. Doña Petita Albarracín investigaba por su cuenta. El delito de estupro prescribió en 2008.
Tras ser ignorada durante varios años por el Estado, se planteó el caso a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. La espera fue larga pero finalmente en octubre de 2015, 13 años después de la partida de Paola, la CIDH escuchó en audiencia a doña Petita. Ese día, Ecuador no envió a nadie. Las sillas vacías daban vergüenza. El representante permanente en la OEA era Marco Albuja. El procurador era Diego García. El presidente era Rafael Correa. Y en esas semanas, lo único que importaba era el temido y millonario fallo sobre la OXY.
La CIDH elevó el caso en febrero a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Será la primera vez en la historia que la Corte conozca un caso de violencia sexual en un colegio. Ecuador no pudo garantizar la integridad personal de Paola y luego se lavó las manos y jugó a las escondidas. El falló podría tardar entre uno y dos años.
No es solo la negligencia sino la falta de reacción y de voluntad. Las madres de Juliana Campoverde y David Romo caminan el mismo vía crucis que Petita Albarracín.
Paola no murió en el colegio. Su madre alcanzó a llevarla a un hospital. “Mamita perdóname” le dijo en un abrazo llorado antes de morir. Pero fue el Estado el que nunca la lloró, el que nunca la abrazó y el que debió pedirle perdón. (O)