Constantemente estamos expuestos a alguna forma de agresión que, sin llegar a ser física, puede ir desde la negación de un derecho hasta la calumnia o el insulto, y la reacción que tengamos ante ellas revelará nuestra sabiduría o nuestra necedad. Lo más común es que, ante cualquier agresión, reaccionemos de manera proporcional, repeliendo y agrediendo también a nuestro adversario, pese a que las enseñanzas cristianas nos instruyen sobre la manera pacífica con que debemos responder en tales casos, para no atizar el fuego destructor de la violencia, que puede quemarnos a uno y a otro.
Un proverbio bíblico dice: “la cordura del hombre detiene su furor, y su honra es pasar por alto la ofensa”. Para muchas personas, esta declaración puede ser tan absurda como el consejo de pararse de cabeza para que le crezca el pelo; sin embargo, el sabio Rey Salomón –a quien se atribuye la mayoría de estos versos- no estaba bromeando ni planteando imposibles, pues, por el contrario, su intención era exhortarnos a proceder con cordura para evitar males mayores.
Contrariamente a lo que algunas personas perciben cuando son ofendidas, la honra del hombre cuerdo, maduro y dueño de sus emociones no está en contraatacar respondiendo mal por mal y descendiendo al nivel de sus agresores, sino en diferenciarse, demostrando los valores que aquellos no pueden demostrar, pues no los poseen. Pero, observemos que el proverbio dice: “detiene su furor”, lo cual indica que no es impermeable a las ofensas, sino que sabe controlarse en uso de su cordura.
Mas, si el autocontrol es una virtud, y un valor necesario para la construcción de una sociedad pacífica, armoniosa y saludable, y si cada persona es responsable de su aporte para construir una masa crítica que opere cambios estructurales, mayor aún es la responsabilidad de los personajes públicos que están en la retina de todos los ciudadanos y son referentes de buen o mal ejemplo, particularmente para niños y adolescentes cuyo carácter está en plena formación.
¡Cuánta irresponsabilidad hay de parte de todo aquel que -públicamente- ofende a otros con epítetos groseros y burlas que caldean el ambiente sembrando odio y resentimiento, sea que inicien la disputa o pretendan responder a ofensas previas. Bienaventurados quienes buscan la paz, pero, ¡ay de aquellos que engendran rencor y violencia!, pues olvidan que todo aquello que siembren eso también cosecharán.