Si estamos convencidos de que la única manera de sacar adelante a un país es invirtiendo en educación, es dedicándole atención a este sector. Si, por otro lado, sabemos que para mejorar la calidad de la educación es necesario tener maestros preparados, con mística, dedicados a su profesión, es fácil inferir dónde tenemos que colocar los recursos y la priorización.
Sin embargo de ello, cuando hacemos un análisis de los salarios promedios de los profesores, frecuentemente encontramos que están por debajo de los de otras profesiones. Sabemos también que un buen profesor es aquel que prepara sus clases, que investiga, que se mantiene al día en las nuevas tecnologías, que conoce de su materia y también de pedagogía y, por supuesto, sabe que después de las aulas, tendrá que revisar trabajos y exámenes, lo que se llevará buena parte del tiempo destinado a su familia o al descanso.
Sabemos también que hay malos maestros y de ellos no vamos a hablar en este comentario. Durante estos últimos años hemos asistido a un hecho absurdo: el que a los profesores jubilados no se les pague sus incentivos jubilares y hemos asistido a reclamos permanentes, a huelgas de hambre, a veces protagonizadas por ancianos. Sabemos que algunos de ellos incluso fallecieron sin ver de cerca ni disfrutar de la merecida y justa recompensa a su trabajo.
¿Cómo entonces hablamos de mejorar la educación del país si nos enfrentamos a estas situaciones, si los profesores invierten una parte de su tiempo en las protestas, si no hay la atención requerida para que exista tranquilidad tanto en los jubilados como en los que vienen detrás?
Esa es una de las tantas paradojas que se viven en el sector educativo, que sirve para llenarse la boca a la hora de las campañas electorales, pero no para cumplir con los objetivos que como país debemos trazarnos.
En este sentido, las políticas educativas del Ministerio de Educación y del Estado mismo, deben priorizar la inversión y el trabajo en la capacitación y actualización de los docentes, en preocuparse por su calidad de vida y por salarios dignos, que permitan la focalización de los maestros en sus tareas fundamentales, en su creatividad para aportar con soluciones en este mundo tan complejo en el que sus estudiantes deberán desenvolverse.
Hacia allá deben mirar las políticas nacionales de largo aliento, si queremos construir un país mejor. (O)