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El Telégrafo
Fander Falconí

Macroeconomía del estupefaciente

06 de enero de 2016

Desde que Robert Saviano publicara en 2006 su libro sobre la mafia napolitana, Gomorra, el periodista italiano ha tenido que vivir más protegido que Salman Rushdie. Hoy el escritor vuelve a la carga con la obra Cero, Cero, Cero. No es una alusión al legendario avión japonés, sino a la pureza de la cocaína. El periodista Ed Vulliamy, del semanario británico The Observer, acaba de entrevistar a Saviano por teléfono, ante el riesgo de un encuentro personal.

Cero, Cero, Cero es una investigación sobre la cocaína, desde el punto de vista económico. En su extenso recorrido por los carteles desde Colombia hasta México, destaca su aproximación a la figura de Pablo Escobar. Lo impresionante es descubrir que Escobar era un hombre de negocios que entendía cómo funcionaba el mercado.  Él convirtió al narcotráfico en un negocio dinámico e innovador, leal al espíritu del libre mercado, pero consciente de su característica global.

Según Saviano, el capitalismo necesita del crimen organizado para mantener abiertos los mercados, legales como ilegales. La separación entre policías y bandidos es una convención válida para las películas y para los juegos infantiles. La prueba no solo está en las hazañas de Escobar y en su aceptación popular, sino hasta en el último episodio de la narcohistoria: el escape del ‘Escobar’ mexicano, Joaquín ‘Chapo’ Guzmán, de una ‘inexpugnable’ prisión.

Uno y otro caso muestran la impopularidad y la corrupción de las fuerzas policiales y de las autoridades. Saviano demuestra que la línea entre lo legal y lo ilegal es muy borrosa en el narcotráfico.

La cocaína es una gran inversión que se levanta sobre la pobreza, la explotación de mano de obra barata y la compra a precio de ganga de la materia prima. Es más rentable que el petróleo o que el oro, pues no requiere tanta inversión. Además, no hay certificaciones internacionales de la cocaína, como existen certificaciones de los diamantes, del oro y hasta del petróleo.

Los inversionistas de la cocaína, léase narcos, compran empresas en quiebra y las levantan y hasta piden préstamos legales. Y son empresas eficientes: al que comete errores le despiden de un balazo y no dan indemnización a sus herederos. Y cubren las vacantes con tipos más rudos.

En esa ‘carrera empresarial’ embarran a todos en la corrupción. Es curioso ver cómo en el norte de Europa y en Norteamérica, la gente tiende a creer más en sus autoridades y en sus policías. En el sur de Europa y en el sur de América, la gente desconfía de la Policía, tanto como desconfía de los ladrones. El Norte está muy equivocado en su apreciación de la ley y el orden. Para Saviano, hay más narcolavado de dinero en Londres que en las Islas Caimán.  

La sociedad conoce los hilos del narcotráfico y no solo por las noticias. La cadenas de televisión pagada (o ahora los servicios vía internet como Netflix) han popularizado la realidad del  gran negocio de ‘lumpen-capitalistas’ (si vale este neologismo) con series como Breaking Bad. Esta producción muestra cuán frágil es la línea que divide la vida legal de la vida criminal, en una saga en la cual comprobamos que casi todos somos culpables de lo que pasa en el mundo. (O)

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