El hecho de que las mujeres hayamos incursionado en la conducción de vehículos tardíamente nos ha dado una cuestionable fama de malas conductoras, que los varones suelen celebrar y desata burlas y violencia. Al final, si la pericia al conducir viene dada por la cantidad de accidentes y consecuencias que esto causa, nosotras salimos con ventaja frente a nuestros congéneres. Veamos las cifras. Las estadísticas de la Dirección de Tránsito muestran que solo el 2% de accidentes de tránsito es ocasionado por mujeres y el 98% restante, por conductores hombres. Es cierto que la mayoría de conductores sigue siendo de varones, sin embargo, la cifra ponderada también es a nuestro favor, aquí en Ecuador, como en varios otros países del mundo donde conducimos mujeres, porque han de saber ustedes que hay países en donde aún es prohibido que lo hagamos.
No obstante, las mujeres debemos lamentar las consecuencias de una sociedad machista que se expresa en espacios y en interacciones sociales menos pensados. La disputa cotidiana del espacio en calles, carreteras y avenidas no es una excepción. El mundo privativo masculino de la conducción, de pronto, se vio poblado de mujeres que conducimos vehículos de diferente tipo, pero las relaciones de violencia masculina continúan expresándose a través de insultos, gestos, maniobras y toda clase de señas e improperios. Esta cultura de violencia muestra el maltrato que estos sujetos suelen darse entre sí, pero que frente a mujeres suele desbordarse, a veces de manera redoblada, bajo la premisa de que se enfrentan con una ‘mujer al volante, peligro constante’.
A estos prejuicios infundados, que solo atizan los malos tratos, debemos oponer las cifras de escasa severidad en los impactos propiciados por las mujeres, basadas en un comportamiento generalmente cauto, mesurado y responsable al volante. La confianza que supone que una mujer conduzca un bus o un taxi es cada vez más estimada. Los estudios aseguran que la mayoría de percances de las mujeres se relaciona más con errores en maniobras de giro e intersecciones y al circular de retro, sin mayores consecuencias.
Esto seguramente viene dado porque las mujeres aprendemos más tarde que los varones como parte de nuestra propia cultura sexista: tempranamente el padre enseña a conducir a su hijo varón o hay permisividad para que saque el auto de casa, pero más tardíamente lo hace la mujer.
El nivel de agresividad es un indicador de que la testosterona se toma los volantes en nuestras vías y provoca un índice de muertes de los más altos en el mundo: circular con exceso de velocidad, pegarse al parachoques trasero, hacer guiños de luces de manera desesperada o sobrepasar y cambiarse de carril intempestivamente son las maniobras agresivas que se unen a los comunes insultos y gesticulaciones hacia el resto de los conductores, peor si es mujer.
Mientras no cambie la cultura de prepotencia y arrogancia de los conductores varones, por ejemplo, de buses urbanos, interprovinciales, de camiones y demás, quizás una medida adecuada sea reemplazarlos por mujeres entrenadas. Estoy segura de que esto redundará en menos accidentes y poder transitar con más confianza y menos violencia por nuestras carreteras y avenidas.