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El Telégrafo

Luíza Gustávovna Salomé (I)

14 de enero de 2013

Ha habido muchas mujeres, pero muy pocas como esta judía-rusa de nacimiento, más conocida como Lou Sálome.

No solo porque  poseía una personalidad atractiva, libre de todo tipo de prejuicios, sino porque nunca hablaba mal de nadie y callaba sobre su obra, hasta ahora poco conocida, pero no hubo personalidad que la tratara a la que no le asombraran las dotes inigualables de esta superdotada mujer, hija de un general del Ejército Imperial Ruso. Su espontaneidad y agudeza desconcertaban al más lúcido de los mortales; además, reunía cualidades que rara vez se dan al mismo tiempo en una mujer: hermosura e inteligencia.

Lou nació en San Petersburgo un 12 de febrero del inolvidable siglo XIX, en el año de 1861. La época era compleja. A pesar de que el zar Alejandro II había logrado afianzar el poder absoluto de la monarquía zarista, habían fracasado sus tibias reformas para lograr el desarrollo de una sociedad bastante atrasada con respecto al resto de Europa. La emancipación de los casi veinte millones de siervos, decretada por él, había otorgado al campesino una libertad restringida, que había provocado el descontento general, tanto de los terratenientes, a quienes les disgustaba la nueva situación, como de los mujiks, que debían labrar la tierra con métodos obsoletos de explotación agrícola.

La censura se había vuelto más rígida luego del fracaso del atentado perpetrado en 1866 por Dimitri Karakózov contra el zar, por lo que la educación pública era un desastre. En estas circunstancias, la gente pudiente optaba por educar a sus hijos en casa. La familia de Lou tenía a su servicio al predicador alemán Hendrik Gillot, quien le daba clases de teología, filosofía y literatura francesa y alemana. Pero algo habrá tenido de embrujadora a sus diecisiete años Lou, que su profesor se enamoró locamente de ella.

Lo que hubo entre ambos se desconoce, mas lo cierto es que Hendrik, quien a la sazón era veinticinco años mayor que Lou, pretendía divorciarse para contraer nuevas nupcias con su pupila. No habrá sido muy inocente en este intríngulis amoroso la poco casta Lou, porque posteriormente, cuando mantuvo íntima amistad con los las más afamados intelectuales de la época, se llegó a decir que cada uno de ellos paría un libro nueve meses después de que ella lo abandonaba. Su madre cortó por lo sano el despropósito del enamoradizo instructor y partió con su hija a Zúrich para que estudiara en la universidad.

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