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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Los tres paraísos

02 de junio de 2016

Es sui géneris la analogía que el mundo occidental ha construido entre el Reino del Cielo, el lugar de la utopía terrenal y el edén del capitalismo, tres lugares imaginados como paraísos.

El Paraíso del Cielo es azul, flotante, lleno de ángeles y lugar del para siempre. El camino a recorrer está plagado de sacrificios, mandamientos, principios y leyes. Para entrar en ese reino es necesario que la  vida en la Tierra sea virtuosa, moral, ajena al pecado, caritativa, humilde y ascética. El premio por la renunciación a los placeres reside en el don otorgado para vencer la muerte y alcanzar la vida eterna.

Engarzados a la matriz del pensamiento judeocristiano, secularizados y llenos de fe en sí mismos, los humanos reconfiguraron después la idea del paraíso terrenal, sitio posible, de belleza inconmensurable, naturaleza controlada, jardines geométricos, donde se alcanzaba la felicidad, la libertad y el placer.  Para llegar a ese lugar solo era necesario creer en el hombre como ser superior y caminar hacia el futuro con actitud romántica y contemplativa.

Vencido por su alter ego, el hombre romántico dio paso al hombre egoísta e interesado, creador de una nueva idea de paraíso, el edén del capitalismo, concebido a la vez como un estado de enajenación y jardín imaginado como paraíso fiscal, donde en vez de naturaleza existe un mundo artificial por el que circulan incesantemente de manera libre el dinero y la mercancía y en el que se produce, sobre todo, la magia de la autorreproducción del capital. Para los creyentes de esta religión, los templos son los bancos y los ángeles los banqueros o intermediarios que abren la puerta de ese mundo. Para entrar a los paraísos fiscales se requiere de avidez, codicia, individualismo, creer fielmente que el capital tiene personalidad y es en definitiva un ser superior a la condición humana, en cuya existencia no cabe ni la vida ni la muerte.

Los que creían o creen en el paraíso de los cielos, se sacrifican; los que piensan en la utopía romántica, contemplan y sueñan; los que son afines al paraíso capitalista conforman una secta movidos por la fe en el dios del dinero y la acumulación infinita del capital, que dotado de inmanencia, de una suerte de maná, crece de manera espontánea. Los tres paraísos corresponden a una fe o creencia, y por lo tanto están acompañados de religiosidades e incluso religiones. La diferencia fundamental entre estas creencias yace en que las dos primeras, es decir la del Reino de los Cielos y la de la utopía romántica terrenal, tienen como su centro a los seres humanos y su desafío es vencer la muerte, por lo que buscan de una u otra manera la trascendencia de sus vidas felices. En cambio, la religión que alaba el capitalismo no cree en el ser humano ni en ninguna otra vida biológica y espiritual, sino tan solo en el capital, dotado de libertad absoluta para moverse sin restricciones, venciendo toda acción social, incluso la del Estado, como su expresión institucionalizada. La religión del capitalismo tiene sectas y siervos que son los escogidos para vivir en el edén capitalista. Su designio es lograr la evanescencia de toda conciencia social que la relacione con la realidad, y persuadir a todos de alabar la idea del capital, aunque la mayoría de los seres vivos muera.

En Ecuador existen unos 1.850 personajes que se identifican con la secta del capitalismo salvaje y que creen fielmente en los paraísos fiscales, por ello han sacado del país unos 30.000 millones de dólares, en principio para  eludir el pago de impuestos al Estado, o en ciertos casos, para ocultar el origen de esos dineros. Sin embargo, la razón final por la que han exportado esos capitales tiene que ver con la creencia a ultranza de que es deber ineludible dedicar sus vidas a incrementar sus fortunas, guardarlas  en el edén capitalista, porque ellas per se, constituyen un espíritu superior digno de vivir en un paraíso fiscal. (O)

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