La escenografía vestía de blanco, las mesas se cubrían con manteles blancos, los dirigentes lucían camisas blancas y la bandera del movimiento político relucía en su fondo blanco. ¿Es acaso una broma que el representante de las élites responsables del mayor latrocinio del siglo XX vista su campaña de blanco, el color símbolo de la pureza, la paz, la integridad? ¿Acaso con esta envoltura luminosa pretende ocultar el proyecto sombrío que tiene para la sociedad ecuatoriana? ¿O quizá el blanco simboliza la distancia con el pueblo? Después de todo, el blanco encarna el color de la ‘pureza’ étnica, a la que siempre se han adscrito las élites.
Pero, el nombre del producto que se ofrece con esa vestidura inmaculada apela a la fe, a la convicción sobre la verdad de algo sin necesidad de comprobación lógica, apela al tradicional Credo, esa oración sagrada que sintetiza la profesión de fe de los/as católicos/as. ‘Yo creo’, como reza la propaganda, es un mandato de fe, de confianza ciega en el banquero, como para exorcizar las sospechas que todo/a ecuatoriano/a tiene, por experiencia propia, de la banca.
Por ello, su discurso es particularizado. Se dirige al núcleo mínimo de la sociedad: a la ‘familia ecuatoriana’. Pero, no como la convocó PAIS en 2006, como ciudadana. Ahora es interpelada como propietaria, a través de lo cual el banquero busca su identificación con ella: Tradición, Familia y Propiedad. Justamente el año pasado caracterizó como un “ataque a la familia ecuatoriana” las llamadas leyes de herencias y de plusvalía, impulsadas por el Gobierno, e intentó convocarla para movilizarse en su ‘defensa’.
Porque el gran problema de la oligarquía y su candidato es el vacío de legitimidad, que ha tratado de resolverlo colándose por ciertos resquicios, como la demanda de consulta popular para la reelección indefinida, con la que la derecha y sus aliados pretendieron convertirse en los defensores de la democracia directa, tesis de avanzada en la que no creen, pero que la utilizaron para sus propósitos.
Últimamente, en un escenario de reluciente blancura, el banquero ha ido más allá con su oferta de armar una comisión de la verdad para investigar al actual Gobierno. ¿Es acaso otra broma? ¿Sabrá lo que significa una comisión de la verdad? Porque lo ha hecho a pocas semanas de haber respaldado a los militares y policías sindicados por crímenes de lesa humanidad cometidos por los gobiernos de la clase que él representa, cuyo procesamiento la Revolución Ciudadana ha impulsado por primera vez en la historia del país.
Al igual que la doblez de su proyecto que simboliza el color blanco, esta cínica oferta constituye una inversión de la realidad: una tentativa por liberar de responsabilidades materiales a los reales criminales y criminalizar a la Revolución Ciudadana a través de mecanismos simbólicos. Así, con trampas y simulacros imaginados, pretende filtrarse en el terreno de la legitimidad que le es ajeno y obtener el consenso de los/as ecuatorianos, de cara a las elecciones de 2017. (O)