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El Telégrafo

Los periodistas

13 de septiembre de 2011

¿Cómo salimos de este embrollo? Con un poco de seriedad y responsabilidad profesional. Nadie tiene la verdad en sus manos siempre. Puede que pequeñitos destellos iluminen esporádicamente nuestro accionar.

Lo que ha venido pasando ha adquirido hasta tintes vergonzosos, con unos periodistas, “solo periodistas”, que se han entarimado, que han agarrado el megáfono y vociferan sus verdades como si de invitaciones al circo se tratase.

¿Quién para esto?, se preguntan ya algunas voces que han tenido el coraje de aparecer en los medios comerciales. Los comentarios de las audiencias, en las versiones digitales, están aportando, a pesar de su dureza, en esto de lanzar una especie de cable a tierra. Al final a la gente no se la puede engatusar siempre y la libertad de expresión no está solo en manos de los medios, menos, realmente menos, cuando muchos de ellos han abusado de una libertad que dicen representar.

Rubén Darío Buitrón, con quien siento que de todas formas se puede discutir, ha porfiado esta vez con Arturo Valenzuela, ex secretario adjunto del departamento de Estado, en ese afán de encontrar una condena al régimen de Rafael Correa. No hay tal, y aunque la conversación telefónica con el ex funcionario tiene momentos absurdos, como cuando a Obama, representante del abusivo poder militar total de este planeta, se lo ve solo haciendo declaraciones, como exigiendo intervenciones; no se puede pasar por alto cierta honestidad  que lo lleva a publicar incluso conceptos que, en principio, atentan con el propósito de la entrevista.

La verdad que esa figura de los pasajeros atropellándose por tomar el volante en el bus, conduciéndolo, irremediablemente, al precipicio, quizá refleje esa suerte de irrespeto a la voluntad mayoritaria de la gente cuando ha escogido al conductor. También parece acertado el diagnóstico sobre nuestra casi nula educación democrática, educación imposible en medio de tanta inestabilidad institucional que, en los recientes años, con Rafael Correa precisamente, ha tendido a recuperarse. Otra realidad que se debe respetar y no negarla solo porque se tiene poder mediático.

Esos destellos de honestidad, aunque incipientes, bálsamo en medio de tanta amargura, quizá representen el principio de respuesta a la angustiante pregunta de Buitrón y otros: ¿Quién para esta demencia, cargada de insultos, a la que nos arrastraron la arrogancia, la prepotencia, los intereses de ciertos dueños de medios? Los periodistas, señor, esa parece la respuesta.

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