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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Los negros blancos, un blanco perfecto

12 de mayo de 2016

Si un extraterrestre conociera a los humanos diría, entre muchas otras cosas, que somos el único animal que suele llevar amuletos. Pero, claro, hay amuletos y amuletos. Los que se comercializan en Occidente son inútiles y, aunque impiden pensar, son relativamente inofensivos. Los que usan ciertos pueblos africanos son otra historia.

Allá, en algunos lugares, los amuletos son manos, piernas, penes, orejas, o cualquier parte del cuerpo de los negros albinos. Por eso, un niño carente de melanina está condenado a vivir en medio del terror y, a veces, a morir descuartizado por los que buscan trozos mágicos de su cuerpo. Los albinos que nacen vivos en África son fantasmas despreciables, amenazas repulsivas. Pero muertos, para ser vendidos por partes, valen miles de dólares.

El primer drama de una familia con un niño blanco es, primero, aprenderlo a amar, aunque haya nacido con el color de los colonizadores que los esclavizaron y que los siguen menospreciando.
Lo segundo, alejarlo del sol que lo puede matar de cáncer de piel, en esos parajes inclementes. Y lo más complicado: protegerlo de las bandas de traficantes de amuletos que, machete en mano, merodean para partirlos en trocitos y hacerse ricos. Y los traficantes están apoyados por una red amplia que, con sobornos, consigue información de la existencia de criaturas albinas.

Los espías de aquel mercado macabro pueden estar en la familia o el vecindario. Ninguna edad salva a la víctima. Hay bebés de tres meses que han sido mutilados, y mujeres de 40 que han sido violadas por varios hombres a la vez, porque ellas tienen una ventaja: se cree que tener sexo con una mujer albina cura el sida y a la vez sirve como vacuna.

Dicen que la madre naturaleza, caprichosa, también es algo malintencionada. En el resto del mundo, nace un niño albino entre 30.000. Pero en África nace uno entre 4.000. Aunque no todos pierden.

Alrededor de esta anomalía pigmentaria, los sacerdotes han montado un gran negocio. Ellos son los intermediarios entre los cazadores de albinos y los sectores ricos y los políticos que pagan cifras exorbitantes para el medio. Por eso la cacería de niños albinos se agrava en época preelectoral. La mano de un albino cuesta miles de dólares y el brazo completo 10 veces más. Incluso el mismo Senado de Tanzania pide a sus integrantes que, en la lucha electoral, no acudan a este tráfico para aumentar sus votos. Democráticamente, la mayoría parlamentaria guarda silencio.

En ajedrez, la cacería entre negros y blancos también es una vieja pelea:
1: C6A+ R1T; 2: C8R+! DXC; 3: DXT, T7C
4 : TD1D y el negro está perdido.

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