Nuestra carta fundamental en su capítulo cuarto, artículo 56, estableció el reconocimiento del pueblo montubio “como parte del Estado ecuatoriano, único e indivisible”.
Los asambleístas constituyentes de Montecristi repararon así una injusticia de siglos, sustentada en inconfesables consignas de la oligarquía agroexportadora para invísibilizarlos a ellos, positivos sujetos sociales, que fueron y son los verdaderos propulsores de la economía del agro del litoral, y que con su sudor y lágrimas enriquecieron a unas cuantas familias que en el pasado vivían en París y en la actualidad en Miami.
El limbo biotipológico del color de la piel, que podía ir desde el cobrizo propio del indígena costeño hasta el blanco ojos claros del oriundo de la provincia de Manabí, fue uno de los mitos raciales que se vendió a nuestro país para calificar y determinar su destino, ignorando con este criterio fascista y en forma canallesca lo sustancial de su rico acervo cultural, su aporte a la consecución de las libertades y la independencia de la patria, pero por sobre todo su pertenencia a una estructura social y cultural muy bien definida.
El investigador orense Rodrigo Chaves expresó que el pueblo montubio corresponde a un colectivo de mujeres y hombres con una personalidad definida con costumbres y existencia “donde el honor y la palabra empeñada están escritas en piedra” de espíritu aventurero en el amor y en la búsqueda de la justicia y con su propia cosmovisión.
En la misma línea, el sociólogo manabita Humberto Robles sostiene que los montubios son un pueblo con “identidad propia” y miembro de una “comunidad cultural”, su origen etimológico proviene de “montu”, referente al lugar geográfico de la selva o manigua y “bio” hombre, por tanto, montubio o montubia son las personas que nacieron y se educaron en el campo, se involucraron en sus reivindicaciones; en otras palabras, se comprometieron con su entorno, situado en el interior de la costa ecuatoriana, pero fundamentalmente se autorreconocieron como tales en un acto absolutamente personal y soberano, aceptando sus raíces y cultura ancestrales, aunque hayan migrado al medio urbano.
Este sector humano, gestado antes de que el Ecuador fuera república, con una sustantividad que no es de fecha reciente, es una población mestiza del litoral ecuatoriano, pero dentro de ella tiene características diferentes y reacciones distintas que se expresan en condicionamientos sustanciales de una cultura peculiar, en formas de vida, valores, actitud existencial.
El concepto étnico, cultural y social del montubio, si bien es cierto solventa parámetros de ubicación regional, sin embargo su génesis en el mestizaje es indudable, al igual que su relación social con los mestizos citadinos del pertinente conglomerado social, empero no han logrado cambiar sus ideas ni sus creencias, tampoco su religiosidad, sus hábitos, sus normas morales y rituales, símbolos, y mucho menos el imaginario de su ilustración y su convivencia.
Como parte del estamento mestizo los montubios se distinguen por ser fruto de un proceso de fusión de negros, indios y blancos de las provincias costeñas que se relacionaron, se unieron y se transformaron. El célebre novelista Gallegos Lara, uno de los “cinco como un puño”, bautizó a su ciudad Guayaquil como la capital montubia del Ecuador.
Se refería a que, en la movilidad campo-ciudad de 1930, la institucionalidad montubia no perdió su riqueza cultural y la defendió con uñas y dientes, como lo realizó en cien batallas integrando las montoneras de la Alfarada, y antes durante la independencia al mando del general Sucre en la boca de Yaguachi, el 19 de agosto de 1821 cuando el ejército patriota derrotó a los españoles causándoles más de 800 bajas, “todo gracias a la actuación de los montubios adiestrados en la caza y el manejo de las armas”, según lo afirma el grande pero olvidado escritor nacional Carlos H. Tobar.