El 30 de noviembre comenzará la XXI Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP21). Durante diez días, delegados de 195 países buscarán «alcanzar, por primera vez, un acuerdo universal y vinculante que permitirá luchar eficazmente contra el cambio climático e impulsar la transición hacia sociedades y economías resilientes y bajas en carbono». El término «cambio climático», según el texto de la Convención Marco de las Naciones Unidas, engloba todas las alteraciones del clima que son o han sido causadas directa o indirectamente por el hombre (por esto, a veces, lo encontramos junto a la expresión «antropogénico»).
Una de las principales metas de la COP21 será fijar en 2° C el límite máximo de calentamiento global, lo cual significaría que los mares suban 4,7 metros, con la consecuente sumersión de zonas en las que hoy habitan 280 millones de personas. El Servicio Meteorológico británico acaba de informar que este año, por primera vez, la temperatura media mundial aumentará 1,02° C respecto a los niveles preindustriales y que incluso esta cifra podría verse alterada por el avance del fenómeno El Niño. El desafío, pues, no es sencillo ―exige, entre otras cosas, que para 2050 la emisión global de gases invernaderos se reduzca en un 40-70 %― y es mucho lo que está en juego. De ahí que se espere mucho de esta cita, aunque sus antecedentes no hayan cumplido con las expectativas creadas. Recordemos, por ejemplo, que el Protocolo de Kioto, firmado en 1997, tardó siete años en ponerse en vigor y, además, no contó con el respaldo de países industrializados como Canadá, Rusia y Estados Unidos ―el mayor emisor de gases de efecto invernadero a nivel mundial―.
Con la COP21 al final del camino, todo este año se ha caracterizado por una diplomacia ambiental que comprometió a prácticamente toda la comunidad internacional. Las últimas citas tuvieron lugar, a fines del mes de octubre, en Bonn, Alemania, donde se aprobó el texto que se firmará en diciembre; y hace unos días en París, donde, para evitar eventuales sorpresas, se celebró el pre-COP con delegados de 60 países. Latinoamérica y Ecuador, por su parte, también impulsaron sus propias actividades. La semana pasada, por ejemplo, en la sede de UNASUR se reunieron cancilleres y ministros de Medio Ambiente de la CELAC para unificar una posición regional.
Sin embargo, la conversación no es exclusiva de cancilleres, ministros y expertos, sino que se ha extendido a la ciudadanía y, en particular, a los más jóvenes. La crisis climática es uno de los temas que más preocupa a la generación millennials ―los nacidos entre 1981 y 1995―, tal como puso en evidencia una encuesta de Telefónica al revelar que, a nivel global, el 53 % de los millennials considera que el cambio climático es un tema muy urgente, mientras que, curiosamente, los latinoamericanos son los que demostraron una mayor preocupación, 70 % frente a, por ejemplo, el 49 % de Europa occidental. Movidos por esta preocupación, desde el año 2004 se desarrolla, en los días previos a las citas de la Convención, la Conferencia de la Juventud (COY, por sus siglas en inglés) y en América Latina encontramos, entre otras organizaciones, el Movimiento de Jóvenes Latinoamericanos y Caribeños frente al Cambio Climático, CLIC!, el cual se encuentra recogiendo opiniones y propuestas para la COP21 en una consulta abierta.
Y si la crisis ambiental preocupa a los millennials, también mantiene en vilo a la generación Z ―los nacidos después de 1995―, quienes son todavía más desconfiados, críticos, inconformistas, rebeldes… Sucede que ambas generaciones han crecido y están creciendo en el marco de catástrofes y fenómenos naturales como tsunamis (Chile, Indonesia…), terremotos (Haití, Japón…), huracanes (Katrina, Stan…), olas de frío y calor, incendios e inundaciones. En este contexto, han desarrollado cierta conciencia ambiental que generaciones anteriores a ellos no tenían (esto explica que en septiembre del año pasado más de 300 mil personas hayan participado de la Peoples Climate March, la marcha sobre el cambio climático más grande de la historia). Un gráfico basado en datos de la empresa de investigación norteamericana Harris Interactive reveló que las generaciones más jóvenes sienten más culpa por el cambio climático que las más mayores; mientras que la mitad de los millennials cree que el ser humano es la principal causa de la crisis ecológica, sólo opinan lo mismo el 37 % de los mayores de 68 años.
Este sentimiento de culpa se traduce en responsabilidad y voluntad de acción. Pues el 65 % de los millennials, según la encuesta de Deloitte, se cree capaz de hacer algo por el cambio climático. Y al tratarse de las primeras generaciones de nativos digitales, Internet es su principal (y natural) herramienta de participación y activismo. Si se informan, relacionan y expresan a través de las redes sociales, era de esperar que su deseo por cambiar las cosas (incluido el medioambiente) sería también canalizado por Internet. Las voces críticas hablan peyorativamente del slacktivismo ―neologismo compuesto por las palabras «slack», que significa holgazán, y «activism», que refiere a activismo―, el fenómeno de las peticiones online, de los grupos de Facebook, de las imágenes en las fotos de perfil o de portada, etc. lo llaman el activismo cómodo, el compromiso mínimo. Pero el slacktivismo tiene su lado positivo: es difusión, viralización, concienciación… y es también acción.
Además hay una enorme cantidad de jóvenes actores que trascienden las redes e intervienen directamente en los procesos de toma de decisiones. Tal es el caso de Xiuhtezcatl Martínez, un joven estadounidense con raíces indígenas mexicanas, que con sólo 15 años dirige la organización Earth Guardians, un grupo de jóvenes que busca empoderar a la juventud del mundo para proteger la Tierra y concienciar a las personas sobre el gran daño que le estamos causando al planeta, y sobre todo (y aquí un interesante giro interpretativo), a nosotros mismos y a las generaciones futuras: «Debemos darnos cuenta de lo que está en riesgo no es sólo el planeta, no sólo el medioambiente, sino que lo que está en peligro es la sobrevivencia de mi generación. Lo que peligra en estos momentos, lo que luchamos por proteger, lo que está en sus manos es la sobrevivencia de esta generación y la continuación de la raza humana, eso es lo que está en riesgo», señaló en su intervención en la Asamblea General de Naciones Unidas.
La situación es dramática, cada nuevo informe científico que se publica refleja un panorama más desalentador. El compromiso de la comunidad política internacional aún es débil y endeble (aunque es verdad que el toque de atención ―en forma de encíclica― y el liderazgo transformador del Papa Francisco han logrado un alto impacto). La conciencia y el activismo de las nuevas generaciones renueva las esperanzas y nos invita a pensar en un futuro sustentable, posible. En su inolvidable discurso, Xiuhtezcatl Martínez exhortaba a los líderes mundiales a actuar de manera urgente: «Necesitamos que tomen medidas en la COP21 antes de que sea demasiado tarde». Y el tiempo corre.