Ensayamos al decir lo siguiente: estas elecciones serán particulares y de algún modo experimentales, sobre todo en relación al comportamiento de los llamados ‘milenios’, lo cual es más que un nombre distintivo, toda una indefinición acerca de individuos jóvenes (nacidos después de 1980) difíciles de encuadrar debido a dos rasgos predominantes: tienen dos vidas, la real y la virtual, la segunda más importante que la primera, hasta que no se enfrentan al paso de los años, al hambre y la muerte. Y, asimismo, porque se mueven y cambian velozmente. Son hijos de la crisis estructural, víctimas del marketing, la mercantilización, la descontextualización y la velocidad de circulación de todo.
Se puede decir que los milenios no son per se ni políticos ni antipolíticos, sino impolíticos; desbordan la idea de cualquier principio de poder superior que devenga de lo divino o de lo terrenal. Por eso se cree, en principio, que sufren una despolitización: dudan sobre la afiliación a una ideología partidista, puesto que no quieren estar anclados a nada. No soportan las instituciones, porque la institución en sí es la norma y detestan toda regla que determine sus vidas. No desean saber de jerarquías, siempre y cuando ellos no estén ejerciendo esa jerarquía superior, y aun así, están dispuestos a dejarla si eso significa la inmovilidad.
Están más cerca de una idea de anarquía, aunque todavía es aventurado decir aquello, puesto que se trataría de una nueva anarquía y no aquella antigua noción que se refiere a vivir sin Estado. Su idea de patria se activa momentáneamente cuando está acompañada de una emoción donde se midan fuerzas metafóricamente, como por ejemplo el futbol. Prefieren vivir sin memoria, en función de un presente intenso y la ilusión de una libertad indeterminada. Para ellos la nación es algo problemático, porque requieren identidades desterritorializadas en torno a un mundo globalizado. Su opción pasajera es luchar más bien por causas de identidades individuales, antes que por proyectos sociales. Eso sí, no toleran la exclusión. Impolíticamente, se mueven, se mueven y se mueven. La última emoción transmitida por redes sociales puede determinar su voto frente a la inevitable regla de votar.
Los milenios conciben la realidad como la imagen contenida en una pantalla líquida, es decir la realidad virtual, sobre la cual no tienen ninguna duda, por lo tanto, no cuestionan su existencia. Para ellos, la otra realidad fenomenológica es la dudosa. Es decir, realizan la verificación, mediante la constatación de la representación o el reflejo.
Por ello no están muy interesados en analizar los objetos concretos mediante las antiguas categorías de la modernidad. Basta que la imagen mediatizada se haga o que se tome la foto, para creer que eso existe en ese presente efímero, que debe morir y desaparecer para dar lugar a una nueva realidad virtual. Todo debe ser rápido, no importa el pasado ni el devenir. Les aterra la muerte virtual, se enloquecen por la fama mediática y por ser vistos como sujetos virtuales.
Les encanta transgredir fusionando símbolos, sabores, música, formas y funciones. Sus lenguajes preferidos son la imagen y la música deconstruida. La escritura debe ser limitada y descriptiva, nada de abstracciones largas ni filosóficas, porque para ellos no es necesario preguntar cuál es el designio de la sociedad en este mundo. ¿Es todo así en los milenios, o simplemente están siendo construidos discursivamente y por otra parte no somos capaces de comprender a la generación de la tecnoglobalización? Nada está claro, puesto que, por ejemplo, en España, fueron ellos los que se politizaron y dieron fuerza al movimiento de los Indignados. (O)