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El Telégrafo

Los intelectuales y sus misericordias

17 de diciembre de 2011

Es claro que las disputas entre el Gobierno y sectores de dirigentes del movimiento indígena han llegado a extremos, en muchos casos innecesarios. Uno ha sido el del Secretario de la Administración y una dirigente indígena. Más allá de quien tenga la razón o no, estas disputas sirven para observar las reacciones de ciertos intelectuales que, solapados en el análisis cuasi académico, pretenden elaborar análisis, a partir de una supuesta defensa de pueblos y nacionalidades. Así, por ejemplo, el pasado 11 de diciembre en un artículo, de un diario privado de la capital, se pretendía hacer una defensa de una dirigente indígena a partir de acusar que quienes le acusaban lo hacían desde una condición de racismo.

Estos acusadores serían blancos, de ojos verdes, estudiados, etc. Sin embargo, se denota claramente que pensar que si alguien tiene piel blanca ya es culturalmente blanco es un absurdo total. Y expresa un análisis equivocado de las construcciones sociales y puede ser una forma positiva de naturalizar al “otro” acusado; porque este es trigueño, negro, mestizo, etc. En cualquiera de los casos pretender apoyar, ser solidario, minorizando al que recibe la solidaridad es una forma oculta de considerarse superior, hablar a nombre de él o de ella. Es una vieja forma de hacer ventriloquía. Hay una paradoja en toda su magnitud. El defensor argumenta que los acusadores no toleran que los pueblos y nacionalidades tengan ideas y visiones propias. Quiere decir que el defensor intelectual cree que sí lo hace, pero ocurre que sigue hablando a nombre de los acusados. Y esta es una forma de paternalismo académico. Exactamente el mismo comportamiento que el defensor dice y acusa que tienen los acusadores.

Es un doble simulacro. Primero, porque se ubican estos intelectuales en un purismo académico, un lugar sacro desde donde, suponen, observar la realidad plena y pura; y segundo, porque también ellos han usufructuado y se encumbraron académicamente a partir de “estudiar” al “otro indígena”. Esos indígenas se les presentaron como un problema, como un objeto de estudio y no como sujetos en disputas. Hicieron complejas etnografías políticas y terminaron siendo expertos profesores en grandes centros anglosajones, donde se enseña que ese “otro indio” existe con sus formas antropológicas en tiempos diferentes entre la metrópoli y la periferia.

Estos casos son dignos de estudio. Porque desde esas posiciones de poder y encumbramiento, se ocultan las mismas pretensiones de continuar con un colonialismo interno y esencializando, mitificando a pueblos y nacionalidades. Son aquellos que proclaman la política como pacificación de las sociedades; los que temen el conflicto en todas sus formas. Estos son casos dignos de análisis que nos permiten comprender que poseer grandes títulos no significa, necesariamente, vencer el viejo espíritu hacendatario. Esos huairapamushcas que llevamos dentro, como diría Jorge Icaza.

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